Si el edificio Fòrum, proyectado por los arquitectos
suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron, se singulariza por la forma, no cabe duda de
que el color desempeña una misión esencial.
El azul se impone sobre el negro y sobre el plateado de la joya, sea o no reflectante.
El azul descuella y capta la atención; no en balde cubre casi
toda la superficie, aunque tengo para mí que supone una discordancia, al menos
para los indígenas y cuantos se reconozcan sureños.
Los autores escogieron el azul Klein. Es un azul ultramar profundo, muy
tintado y saturado, en el que la luminosidad no pasa del 13%. El origen de tal denominación
tiene que ver con el oportunismo propagandista de Yves Klein, aquel muchacho que al no
tener nada que pintar ni saber cómo hacerlo polarizó su energía hacia
la provocación desabrochada y una publicidad de baratillo; le habría cuadrado
no pasar de ayudante de pista de Mathieu. Una de sus últimas gracias fue la de
patentar el azul con el que aburría incluso a los esnobs, siempre legión
dócil.
No me extraña que a la hora de buscar un color los arquietectos
mencionados cayeran en el tópico de este azul, algo propio de quienes quieren ser
planetarios en el universo mediático, una vocación certeramente amorrada
a la picota por Bohigas en su último y combativo ensayo sobre la arquitectura de
nuestros días.
Chillida precisaba que las estelas vascas, al igual que las norteñas,
eran negras, al no captar ni emitir la luz, algo propio de las orillas del “Mar
Nuestro”. Pues bien, este azul del Fòrum es negro y no se beneficia de la
luminosidad que potencia la arquitectura y la escultura mediterráneas, como no
se cansaba de enseñar Gaudí con autoridad irrebatible. El azul era una elección
acertada, aunque hubieran debido orientarla hacia la gama que a mediados del decenio de
los veinte aportó Miró con una grandeza espacial turbadora. Ése es
el nuestro.
Domingo 30 de Mayo de 2004
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