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Nota de Prensa

GAUDÍ Y EL QUIJOTE

La relación de Barcelona con Miguel de Cervantes es conocida y bien documentada, especialmente por el elogio de la ciudad contenido en el Capítulo LXXII de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha y también, tal como señaló Martín de Riquer en la valiosa edición anotada de 1958, en una de las Novelas Ejemplares, concretamente en “Las dos doncellas” cuando dice textualmente de Barcelona que “admiróles el hermoso sitio de la ciudad y la estimaron por flor de las bellas ciudades del mundo, honra de España, temor y espanto de los circunvecinos y apartados enemigos, regalo y delicia de sus moradores, amparo de los extranjeros, escuela de la caballería, ejemplo de lealtad y satisfacción de todo aquello que de una grande, famosa, rica y bien fundada ciudad puede pedir un discreto y curioso deseo.”

En los capítulos LX al LXV de la segunda parta del Ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, Cervantes describe las aventuras del de la Triste Figura en Barcelona, el bosque de los bandoleros ahorcados, su encuentro con el bandido Roc Guinart, en realidad Perot Roca Guinarda, que luchó contra el virrey de Cataluña Héctor Pignatelli y terminó mandando un tercio de tropas españolas en Nápoles. Perot Roca atendió muy amablemente a don Quijote y le facilitó la llegada a Barcelona, ciudad que por cierto dedicó una calle al bandolero, se trata de la calle de Perot lo lladre, entre Cucurulla y Portaferrissa, cerca de la iglesia del Pino. Apercibido de la locura del caballero, Perot le animó diciéndole: “Valeroso caballero, no os despechéis, ni tengáis a siniestra fortuna esta en que os halláis; qué bien podía ser que en estos tropiezos vuestra torcida suerte se enderezase; que el cielo, por extraños y nunca vistos rodeos, de los hombres no imaginados, suele levantar los caídos y enriquecer los pobres”. Palabras fueron proféticas, pues se acercaba el momento en que don Quijote recobró la razón perdida aunque, previamente, hubo de conocer otras aventuras en Barcelona tales como el encuentro con la hermosa Claudia Jerónima y el extraño suceso del busto de metal encantado y parlante de don Antonio Moreno.

Sigue luego la historia de las galeras del puerto y el apresamiento de un bajel pirata para terminar con el duelo con el caballero de la Blanca Luna, que resulta ser el bachiller Sansón Carrasco disfrazado, capaz de derrotar en duelo a don Quijote y forzarle a abandonar sus andanzas durante un año. De camino hacia su aldea conocieron todavía don Quijote y Sancho nuevas circunstancias dignas de recuerdo.

Llega el momento en que don Quijote, ya en aldea natal, recobra la razón después de un largo sueño y dice a su sobrina: “Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre él pusieron mi amarga y continuada lectura de los detestables libros de caballerías”. Acto seguido hizo testamento y murió después de recibir todos los sacramentos.

Este resumen de la segunda parte del Quijote llamó por lo visto poderosamente la atención de Antonio Gaudí, que lo comentó a Juan Bergós Massó, su habitual acompañante de los domingos después del oficio de las once en la catedral.

El comentario de Gaudí demuestra su particular manera de entender las cosas. Comentó Gaudí: “Cervantes escribió el Quijote de retorno de orillas del Mediterráneo manifestó una aguda ironía hacia el héroe castellano y hacia sí mismo, de modo casi sangrante. En cambio el elogio que hace de Barcelona, del habla catalana y también de Roc Guinart, el bandolero generoso, es del todo punto magnífico. Debe hacerse notar que, inmediatamente después de recobrar el juicio, muere pues el recto juicio no le deja vivir”.

Estas singulares opiniones de Gaudí, recogidas de primera mano por Juan Bergós, fueron publicadas por primera vez en 1974 dentro de un artículo mío en la revista “Hogar y Arquitectura” de Madrid y reproducidos en versión catalana en “El pensament de Gaudí” de Isidre Puig-Boada en 1981, reeditado en 2005.

Su importancia se incrementa en ocasión del IV Centenario de la publicación del Quijote, demostrando el interés de Gaudí por la obra de Cervantes y el predominante aprecio del arquitecto por el Mediterráneo, mar que para Gaudí significa la mitad de la tierra, el único lugar donde es posible el arte debido a las condiciones de luz, de equilibrio y de las más antiguas culturas, especialmente la grecolatina, antecesora y raíz de la catalana.

La febril imaginación de don Quijote, turbada por la lectura de las inverosímiles leyendas caballerescas, le conmina a iniciar un recorrido por las ardientes tierras manchegas, donde cae un sol que, “secárales los sesos, si algunos tuvieren”, en una región mesetaria de clima continental, que contrasta con la suavidad del clima, la pureza de la luz, el suave movimiento de las palmeras y el arrullo del mar Mediterráneo.

Estas condiciones propician la vuelta de la razón a don Quijote, pero Gaudí añade una afirmación ciertamente terrible. Don Quijote, una vez lúcido, no puede resistir el efecto de su claridad de juicio y fallece, a consecuencia de ello. Espantable tragedia la de la muerte por tener claridad de razonamiento. Mientras estuvo demente se sintió lleno de energía y con capacidad para deshacer entuertos, la vuelta a la normalidad mental le ocasiona la muerte, pues lo evidente y lo sencillo era demasiado para su comprensión.

El corolario es inquietante, la locura genera energía y vitalidad, la sensatez conduce a la muerte. No es nada nuevo, pues el portero del manicomio encierra cada noche muchos más fuera que dentro, pero Gaudí expone magistralmente con un bello ejemplo literario, la razón de la muerte del más insigne personaje creado en la literatura española.

 

Juan Bassegoda i Nonell,
Conservador de la Real Cátedra Gaudí