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Gaudí: El Último Aliento

3ª Parte

Por: Ana María Férrin


El 22 de marzo de 1763, por una carta de Oronzio Betrela de Andrade al rector de Mataró, Antonio Serch, sabemos que pasaban a establecerse en esa ciudad las siguientes familias gitanas: Narciso Gil Serrano, su mujer Rosa Pubill y su hija María Cortés; Francisco Espinas y su madre Raimunda Espinas; Francisco Malla, su mujer Juana Romero y su hijo Francisco Malla; otro Francisco Malla; Mariangela Vidal y su hija María Baptista; Baptista Xime-nes, Rita Ximenes y su hija Eularia; Juan Gómez y María Serafina Romero. Otras fuentes aseguran que como mínimo el grupo constaba de 36 componentes, aunque lo verdaderamente interesante para estas notas es la solera del apellido Pubill en las crónicas mataronenses.

Todo ello permite aportar la referencia más antigua de la presencia gitana en España. En un documento de 12 de enero de 1425 Alfonso V de Aragón autorizaba en un sal-vaconducto datado en Zaragoza el paso por cualquier ciudad o villa de la Corona de Aragón a don Juan, de Egipto Menor. En mayo siguiente apareció en otro salvaconducto el hindú Tomás, conde de Egipto Menor, y poco después ya figuraban los duques Andrés y Pablo, y los condes Pedro, Martín Tomás y Jaime con el cometido declarado de largas, inacabables, peregrinaciones a Santiago de Compostela, que unos años después ya integraban a una multitud de egipcios y bohemios, gentilicio este último venido de Francia y que al parecer respondía a la denominación resultante de que uno de los primeros pases con que los gitanos se desplazaron por Occidente había sido expedido por el rey Segimón de Bohemia. No obstante, al profundizar en el verdadero punto de su procedencia nos adentramos hacia un origen indostánico que cruza Serbia, Bulgaria, Turquía, Grecia e Italia antes de llegar a los Pirineos, lugar en que se produce su penetración en España.

Hay que hacer constar que así como todos los testimonios consultados y documentados, escritos incluso por viajeros extranjeros, revelan un buen funcionamiento clínico del Hospital de la Santa Cruz (en 1791 Joseph Townsend publicaba en Journey to Spain sus impresiones después de una visita realizada a Barcelona cinco años antes: «Ninguno de los hospitales del continente que he visitado está tan bien administrado como el Hospital General de esta ciudad. Es notable por la atención con que cuida a los convalecientes, para los cuales ha acondicionado un alojamiento separado...»), en cambio el rigor administrativo era más incierto, posiblemente debido a la afluencia de pacientes forasteros, indocumentados y urgentes, en muchas ocasiones heridos en reyertas con riesgo de muerte inminente y provenientes del cercano barrio portuario. Así se desprende de los artículos firmados por el doctor Corachán en varias revistas médicas de los años 20, en los que relata algunos casos atendidos en el centro (Traumatología visceral por arma, Traumatismo torácico por herida en el pulmón, Perforación intestinal por arma de Juego, etc. son algunos títulos).

En el caso de Antonio Gaudí ir indocumentado pudo ser la causa de que apareciese registrado de forma inusual. Su número de entrada fue el 1.788, pero en otra relación aparece situado tras el 1.959. En otro legajo administrativo la fecha de ingreso está datada el 7 de mayo, un mes antes de la real, etc. No parece la misma caligrafía, la tinta es diferente... En fin, diríase que Gau-dí aparece en los libros más que anotado incrustrado, y quizás por ello no deba extrañar que el paso del mataronense Pubill hubiera quedado sin consignar. Existe otra posibilidad, la estancia puntual de un paciente privado del doctor Corachán. Sea como fuere, de no aparecer citado en las memorias del doctor Josep Trueta, testigo excepcional, y a pesar de saber quien esto escribe de la existencia del paciente gitano desde hace años, el episodio hubiera tenido una difícil confirmación.

Siguiendo el hilo de la familia Pubill de Mataró entramos en contacto con Pedro Pubill Calaf, el conocido cantante Peret, en una época de su vida en que simultanea la música con la redacción de unas memorias que arrojarán mucha luz sobre un colectivo, el gitano, que ha vivido en paralelo todos los avatares del país desde un plano básicamente desconocido por quienes no forman parte de él. Al faltar archivo escrito sobre sus antepasados, el trabajo de Peret está revelándose difícil y sólo posible a través de recuperar la memoria oral de los mayores.

En la actualidad los miembros más ancianos del clan, aquellos que podrían identificar el nombre exacto de Pubill a que nos referimos, o ya fallecieron o debido a la edad no se encuentran en condiciones de recordar. Aún así, el testimonio de Pedro Pubill Calaf es concluyente al afirmar:

—Fuese el Pubill que fuese, podría asegurarse que era un varón de mi familia por rama paterna, y además de los dos abuelos, de él y de ella. Mi abuelo se llamaba Pedro Pubill Escudé y su mujer Consuelo Pubill Solé. El era esquilador y aún recuerdo las argollas de la pared donde sujetaba las caballerías que le traían los vecinos de Mataró, Que yo sepa, todos los Pubill de Mataró somos familia y vivíamos en el mismo terreno llamado Los Corrales, detrás del Hospital Vell, donde hoy han construido la Plaça dels Corráis.

La genealogía de Pedro Pubill Calaf nos ilustra sobre el mapa físico de su ascendencia. Padre, de Mataró; madre, de Barcelona; abuela, de Marsella y otras ramas, de Mallorca. Él se trasladó a Barcelona con sus padres y hermanos después de la guerra, y se instaló en la calle de la Cendra, a pocos metros de la calle Cadena, donde había vivido el Gaudí estudiante. Se trataba de un barrio de fuerte implantación gitana a pocas manzanas del Hospital de la Santa Cruz, al que también llamaban los vecinos C'al Socorro. Estos habitantes gitanos de Los Corrales ocuparon el solar mataronense hasta los años 60 en que se marchó la última vecina, después de vender la casa/chabola por 25.000 pesetas. Con su marcha se extravió el ancestral título de propiedad de aquellos solares, donados en su día por un benefactor, una pérdida que Peret lamenta porque aún guarda entre sus recuerdos de niño la visión de aquel documento medio deshecho, enrollado y guardado dentro de un tubo de plomo, que era la memoria viva de una historia tan desconocida.

Volviendo al accidentado Gaudí, a la pregunta de mossèn Gil Pares de si deseaba recibir el Viático, el paciente, que dio muestras de comprender a pesar de su postración, respondió afirmativamente con la cabeza. El escultor Joan Matamala había entrado poco antes en la habitación e hizo de silencioso testigo de la escena que se desarrollaba ante él. Vio llegar al sacerdote con la Comunión y ayudar a Gaudí a incorporarse, intentando seguir los rezos con un «amén» pronunciado dificultosamente. Pero sobre todo, al joven artista le impactaron los dolorosos esfuerzos que realizaba su maestro para lograr separar las mandíbulas y abrir levemente la boca, hasta que el capellán consiguió introducirle entre los labios la Sagrada Forma, tras lo cual el cuerpo de Gaudí cayó en el lecho agotado por el gran esfuerzo mientras respiraba agitadamente. Aquellas horas consumidas en la espera
sirvieron a sus colaboradores para desechar los recuerdos negativos de sus relaciones y rescatar tantas reflexiones válidas de quien les había encaminado generosamente a ver y creer en la excelencia. Su enseñanza podía resumirse en que nunca debe uno conformarse con lo cómodo, hay que esforzarse en pos de la creación que hipnotice nuestra voluntad.

Llegado el miércoles 9, a primera hora entraban por la calle del Carmen, camino del Hospital de la Santa Cruz, el arquitecto César Martinell y su padre. Al pasar junto a la casa de convalecencia vieron la entrada brillando con el esplendor de los mosaicos y el patio guardando en forma de esculturas varias claves de su buen entendimiento con Gaudí. Al majestuoso San Pablo aureolado por una corona de orfebrería le custodiaban desde lo alto ocho gárgolas y dos escudos de la familia Ferrán, benefactores del centro; estas piezas que tanto gustaban a Gaudí estaban realizadas por el escultor barroco Lluís Bonifás, nativo del mismo pueblo que César Martinell, Valls, cercano a Reus. El paisanaje sirvió en su momento de nexo espiritual entre los dos arquitectos tarraconenses, Gaudí y Martinell, separados por medio siglo de edad y unidos por una misma concepción del arte.


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