En otro punto
de la ciudad no muy lejano, Pepeta Moreu atendía a su hija
pequeña, que presa de una gran excitación, comentaba
los pormenores de su trayectoria con el grupo de los norteamericanos.
La joven Joaquina Caballol se sentía especialmente contenta,
ya que, por mediación de un amigo de la familia, se había
solicitado su presencia en el grupo, evidenciando sus notables conocimientos
de la lengua anglosajona, y solicitando su ejercicio como traductora,
lo cual, sin duda, a ella le venía muy bien para la práctica
del idioma. Sus padres habían dado su consentimiento sin poner
ninguna objeción, y de resultas de todo ello, la niña
estaba pasando, digámoslo así, unos ajetreados días
de vacaciones, ajena a las obligaciones de diario, tratando con personas
importantes, y desenvolviéndose en un mundo de adultos. En
una palabra, Joaquina empezaba a conocer la vida real, fuera del cascarón
protector de sus progenitores. Siendo una jovencita casi en edad de
merecer, era fácil comprender el motivo de su euforia.
Hemos visitado casi todas las obras del arquitecto. -- Le decía
a la madre. -- Él, personalmente nos ha enseñado algunas
de ellas. Sinceramente mamá, la visión de algunos de
estos edificios ha causado en mí una profunda emoción.
Creo que Gaudí es un artista incomparable, además de
un caballero muy atento. Con nosotras siempre tiene una palabra amable,
y la sonrisa a punto. No sé porque le han atribuido esa fama
de hombre poco amigable que a todas luces es incierta. A mí
me trata con especial deferencia, -- Joaquina dudó un momento,
y después añadió, sonriendo con particular coquetería.
-- No sé, pero tengo la vaga impresión, de que le recuerdo
a alguien de su juventud . . .
Al oír estas palabras Pepeta Moreu no pudo evitar un respingo,
levantándose presurosa para impedir que su hija notara la repentina
palidez de su rostro, lo que hubiera dado lugar a engorrosas preguntas.
Pero Joaquina, como cualquier joven de su edad que se encontrase en
las mismas circunstancias, parecía hallarse flotando en una
nube, sin prestar demasiada atención a lo que ocurría
a su alrededor.
Sin embargo Pepeta se sentía intranquila. ¿Acaso su
niña supiera algo acerca de su antigua amistad con Gaudí?
Jamás había compartido estas confidencias con ninguna
de sus hijas. En cualquier caso nada tenía que temer, ya que
no había nada oculto en aquello. Tan sólo el hecho de
que entre dos pretendientes ella hiciera su particular elección,
convirtiéndose el despechado, con el tiempo, en un arquitecto
de reconocido prestigio, lo que daba al asunto una dimensión
magnificada.
La gente hablaba a veces con maledicencia, atribuyendo el difícil
carácter de Gaudí a la negativa de Pepeta a casarse
con él. Esto le hacía sentir inquietud, puesto que ella
no era mujer que gustara de dar publicidad a estos temas, y no deseaba
que su nombre ni el de los suyos se viese envuelto en tales chismes
y cotilleos, que algunas personas tan despreocupadamente fomentaban.
No obstante, tendría que reflexionar sobre si dejaba a Joaquina
acudir de nuevo al encuentro de los americanos, o impedía,
mediante alguna artimaña de mujer experimentada (y sin que
su hija se percatara de ello), que esto ocurriera, evitando así
los comentarios que sin duda, habrían de sucederse.
. . .
Según
iban avanzando los meses, la agitada actividad desplegada en el estudio
de la Sagrada Familia comenzó a dar magníficos resultados.
Gaudí iba reuniendo día a día nuevas ideas para
la concepción de su futura obra. En el silencio de su estudio,
en las oficinas del templo, tras el ajetreo de sus visitas a las diferentes
construcciones, se reunía con Berenguer y a veces también
con Matamala para repasar diferentes detalles y datos técnicos,
que el primero ordenaba minuciosamente. Con otro de sus ayudantes,
Joan Rubió i Bellver (que realizaba las funciones de arquitecto
auxiliar en las obras de la catedral de Mallorca), acordó que
llegado el momento fuera quien le acompañara a Estados Unidos,
para formar parte del equipo de técnicos junto con el personal
norteamericano. En él pensaba delegar la total responsabilidad
en los periodos que hubiera de ausentarse para seguir con sus proyectos
en España.
El joven arquitecto se mostraría dispuesto y emprendedor en
todo momento, impaciente por acometer las labores que don Antón
quisiera proponerle.
Una de las principales inquietudes de Gaudí
era poder disponer del tiempo necesario para adelantar las obras de
algunos de los edificios en los que actualmente trabajaba, antes de
tener que desplazarse a Nueva York para iniciar la construcción
del gran hotel. Sobre todo le preocupaba la resolución de la
experimental maqueta estereostática (4)
que utilizaba para el proyecto de la recién comenzada iglesia
de la colonia Güell.
Dada la gran energía y el numen creativo que el arquitecto
desplegaba por aquel entonces, a finales del verano, algunos de los
bocetos que pretendía mostrar a los financieros americanos
se encontraban ya muy adelantados. Antes de que regresaran a su país,
una última reunión con ellos serviría para avanzarles
las últimas ideas y precisar distintos asuntos; en particular
los concernientes a la creación de un museo y una sala de exposiciones
permanente, concepto desarrollado por Gaudí con la intención
de que pudiera servir de gran utilidad al visitante, permitiendo ampliar
sus conocimientos de la vida en aquella nación.
La visión de grandiosidad y atracción del edificio (planteada
por Capdevila como requisito incondicional), había sido transmitida
por los norteamericanos de forma eficiente. Ya desde las primeras
conferencias, se intuía esta característica como algo
prioritario. El objetivo era que este rasgo distintivo, unido a los
numerosos eventos culturales y a los espléndidos servicios,
sirviera para evocar este gran conjunto arquitectónico. Por
esta razón en los diseños que Gaudí les quería
mostrar podía apreciarse tal magnificencia y monumentalidad
de dimensiones que, para alguien que desconociera el susodicho proyecto,
podría inducirle a pensar que se trataba de apuntes realizados
para un gran templo.
Esa era la apuesta de Gaudí, la cual, por su planteamiento,
se acercaba mucho más a la creación de una enorme catedral
laica, que a un edificio destinado a servir de atractivo turístico
en la impresionante isla de Manhattan.
En un principio, en los primeros dibujos se podía apreciar
una estructura compuesta por cuatro elementos conoidales, de claros
perfiles parabólicos, que se encontraban anexionados a un cuerpo
central, más elevado. El conjunto, con cierta semejanza a un
cohete, recordaba un poco a las torres de la Sagrada Familia, y quizás
vagamente, por su composición, a la iglesia de la colonia Güell,
de haberse podido terminar.
En postreras intervenciones, el proyecto se vería modificado
con la adhesión de cuatro cuerpos más, quedando un total
de nueve. La torre más alta en el centro y a su alrededor,
a distintas alturas, ocho torres, unidas a la principal, con el objetivo
de un mayor aprovechamiento del terreno.
Estaba previsto que esta torre central, terminada por una cúpula
vidriada rematada con una estrella simbólica, superase la espectacular
altura de 360 metros, por lo que cuando estuviera terminado, el "Hotel
Attraction" (pues con tan sonoro nombre habían acordado
designarlo), se convertiría en el edificio más alto
del mundo.
En los meses siguientes, Gaudí fue perfilando lo que sería
la descripción de tan relevante obra. La majestuosidad del
exterior (rodeado de jardines que ampliarían la perspectiva
del conjunto), la soberbia entrada (con tres puertas principales,
separadas entre sí por esbeltas columnas y una rica decoración
escultórica), los magníficos interiores, de gran riqueza
y color, fiel reflejo de las fantasías gaudinianas . . . Todo
hacía presagiar que el emplazamiento de este gigantesco edificio
en la capital norteamericana constituiría todo un hito en la
arquitectura mundial.
La edificación propiamente dicha, comprendería cinco
plantas de subsuelo, que se destinarían a garajes, cocinas,
almacenes y otros servicios. Y un total de diez plantas al exterior,
de excepcionales proporciones. En la planta baja encontraríamos
un impresionante vestíbulo; las salas de estar, de lectura,
el bar, etc. Y a ambos lados, unas suntuosas escaleras de honor conducirían
a la rotonda donde se ubicaría la sala de recepción
del gran salón "América", que con diecisiete
metros de altura, se convertiría en uno de los más importante
del edificio, junto con el salón del Homenaje.
Entre las plantas primera y quinta, además de los correspondientes
salones para recepciones o fiestas (de los cuales se dotaría
a todos los pisos), estarían situados los restaurantes dedicados
a los cinco continentes; "América", "Europa",
"Oriente", "Continente Austral" y por último,
"África", con claras alusiones en la decoración
a las particularidades propias de cada cultura. Estas cinco piezas
se había previsto que contaran la nada despreciable altura
de catorce metros cada una.
Entre la planta sexta, séptima y octava se emplazarían
diversos salones de exhibiciones, espectáculos y conciertos.
Además de las galerías de arte; la sección de
souvenirs, la exposición permanente, y el pintoresco museo
de curiosidades americanas, que aportaría una nota colorista
en el complejo entramado del edificio.
Pero sin duda la máxima atracción para el visitante
sería "la Sala del Homenaje a América" en
la planta novena. Un salón único y colosal, que comprendería
aproximadamente la tercera parte de altura del edificio. La cúpula
central (inspirada en la doble cúpula parabólica del
salón central del Palau Güell), llegaría a tener
una altitud de 125 metros. Esta sala formaría un solo cuerpo
con las de los tres edificios anexos, y ascendiendo desde el interior
de la nave central, a cincuenta metros de altura, se divisarían
unas galerías cuya función sería permitir la
vista aérea de toda esta zona.
Más arriba, la planta décima se convertiría en
linterna-mirador sobre la Sala del Homenaje, último elemento
visitable del interior. Encima de ella, otra galería circular,
esta vez exterior, se elevaría alrededor del casquete de la
cúpula central, permitiendo las vistas panorámicas y
la obtención de fotografías. Rematando el conjunto encontraríamos
el terminal del edificio; la estrella simbólica, excepcional
observatorio situado a 360 metros de altitud, al que también
podría accederse, ya que estaría dotado de cabinas y
reflectores que harían posible disfrutar de una increíble
perspectiva de la ciudad, al poder contemplarla, tanto de día
como de noche, desde el punto más alto.
Onax Capdevila,
satisfecho por como transcurrían los acontecimientos, se reunía
con Eduard Torrent y con don Bruno en el despacho que este último
tenía en la calle de Caspe, no muy lejos de la que sin duda
era la obra más formal de Gaudí; la casa de la familia
Calvet, que en el mil novecientos, justo con el cambio de siglo, había
sido distinguida por el Ayuntamiento, con el galardón al mejor
edificio construido en el año.
Cada cual, estaba cumpliendo su parte del plan a la perfección,
el resultado no podía ser más satisfactorio, y en breve,
cuando los detalles se hubieran por fin concretado, los dos americanos
podrían al fin marcharse, y él, dedicarse por completo
a ultimar los detalles de su huida y posterior desaparición.
Los dos magnates estadounidenses, ineludiblemente, debían regresar
a su país. Seducidos por nuestros paisajes y por las originales
costumbres patrias, habían demorado en exceso su visita, y
ahora, como resultado, tenían que solventar determinados negocios
inaplazables, que imposibilitaban prolongar por más tiempo
su estancia en Barcelona, lo cual no debería ser obstáculo
para que tras su marcha el proyecto siguiera avanzando. Las dos partes,
la americana y la española, se mantendrían en contacto
mediante una regular correspondencia, en la que el arquitecto participaría
a ambos caballeros de la buena marcha de la empresa enviándoles
nuevos planos, croquis y diseños.
. . .
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4.
Así denominaba Gaudí a la maqueta tridimensional que
había ideado, compuesta de cordeles y pequeños sacos
de lona que contenían perdigones. volver
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