Y volviendo
a lo de Pepeta Moreu, has de creerme Adelayda, te estoy diciendo la
verdad. Piensa un poco; Barcelona no es tan grande, lo más
normal sería que se encontraran a menudo en actos de sociedad,
o simplemente paseando. No olvides que hasta no hace demasiado eran
vecinos en la misma calle. Y sin embargo, es notorio que se evitan
discretamente. Aunque hay quien dice que él aún está
enamorado de ella, que en secreto la espía, y que en algunos
de los edificios que construye deja crípticos mensajes para
que ella los lea y comprenda que aún no la ha olvidado. Pero
esto si que me parece a mí a todas luces irreal, ya que el
arquitecto es una persona extremadamente seria y circunspecta, para
él sus obras no son motivo de juego, sino algo muy serio en
lo que pone todo su empeño y vocación. Hacer algo así
sería casi blasfemo, y me parece imposible, puesto que estamos
hablando del constructor de la Sagrada Familia.
Onax no perdía detalle de la conversación; mientras
se hacía el distraído mirando un diario de reojo. Medio
oculto en el enorme butacón de terciopelo verde, escuchaba
las interesantes revelaciones de las dos amigas, que sumidas en sus
propias elucubraciones, no parecían percatarse de su presencia.
Esta era otra de las facultades de Onax Capdevila, que parecía
poseer el don de volverse invisible en ocasiones, circunstancia que
le había sido favorable repetidas veces.
La suerte parecía estar de su parte. Las confidencias que había
escuchado accidentalmente le habían proporcionado una nada
despreciable información. En su rostro se dibujaba una sonrisa
de triunfo, mientras secretamente urdía su complot.
Estaba claro que con Pepeta Moreu no podría contar. Una señora
de sociedad, respetable, casada y con cuatro hijos no iba a prestarse
a sus propósitos. Pero acaso fuera posible enredar a alguna
de sus hijas, al ser tan jóvenes y con tan poca experiencia.
Si era cierto que eran realmente bonitas y que esta belleza la habían
heredado de la madre. . . Tal vez fuera lícito pensar que pudiera
existir aún algún rescoldo en el maduro corazón
del arquitecto, y que al ver a una de estas beldades, el recuerdo
del frustrado amor le oprimiera en su interior de tal manera que se
sintiera más proclive a aceptar el encargo. Sin duda era un
pensamiento a tener en cuenta, y ya que había desistido en
el empeño de encontrar algo reprobable en la conducta de don
Antoni Gaudí, no le quedaban muchas más opciones a las
que recurrir. Podía equivocarse, pero también podía
dar resultado. No era muy infrecuente que el dolido corazón
de un solitario se ablandara con el paso de los años, y que
una aparente dureza y severidad, se transformara en sentimental ternura,
que arrepentida por el tiempo consumido en vano y conmovida por la
visión de la juventud y la hermosura, añorase lo que
pudo haber sido y no fue.
Llegados a
este punto, cualquier persona decente, escandalizada por sus propios
pensamientos, hubiera tenido escrúpulos, decidiendo olvidarse
del tema de inmediato. Pero no era el caso de Onax Capdevila. Más
bien todo lo contrario. Complacido interiormente por haber sabido
encontrar una manera de conseguir sus propósitos, decidió
que el siguiente paso sería acercarse a investigar la vida
de las muchachas, por ver cual de las dos podría ser más
idónea para sus maquinaciones. Esta delicada labor se la encomendó
a don Bruno, quién además de llevarle la cuestión
de la contabilidad de forma muy eficiente, de vez en cuando aún
se encargaba de algún "asuntillo" poco claro. De
esta manera volvía a las andadas; recordaba viejos tiempos,
se desfogaba, para después volver a hundirse en la respetable
normalidad que Onax Capdevila había creado para él,
y en el insoportable tedio en que se había convertido su vida.
Sin embargo, no tuvo que transcurrir mucho tiempo desde que le fuera
encomendado el trabajo hasta que, satisfecho, decidiera dar por zanjada
la cuestión, poniendo al corriente a Capdevila del resultado
de sus pesquisas. De las dos niñas la mayor parecía
ser la más acertada, pero Onax, después de conocer todos
los pormenores, pondría sus ojos en la pequeña. Sin
duda, de las dos hermanas era la más bonita, también
la que más se parecía a la madre cuando esta contaba
su misma edad. Sus escasos e ingenuos quince años permitirían
a alguien con los recursos y la capacidad de Onax Capdevila, manejarla
a su antojo si hiciera falta, lo mismo que una simple marioneta, semejante
a las que se veían los domingos por la mañana en las
representaciones del pequeño teatro del Tibidabo.
No obstante, la circunstancia que animaría definitivamente
a Onax a decidirse por una hermana y no por otra, sería descubrir
que Joaquina era una criatura especialmente dotada para las lenguas
extranjeras. De nuevo, la casualidad parecía haberse vuelto
a poner del lado de alguien tan innoble como Onax Capdevila.
La notable afición de Joaquina Caballol por los idiomas (con
el tiempo incluso llegaría a ser traductora en cinco lenguas),
le había sido inculcada por su padrastro, don Joan Vidal Gomis,
viajero incansable, que salió de Mataró con doce años
de edad, y a los veintidós recién cumplidos, y después
de viajar por toda Europa y América, era un avispado hombre
de negocios que comerciaba, entre otros países, con Japón.
En aquellos momentos de su vida, en plena madurez, sus ojos estaban
puestos en la industria cinematográfica. Sus numerosos contactos
y la visión de futuro tan característica de los hombres
de su tiempo harían de él uno de los pioneros en este
terreno, llegando a instalar en España la distribuidora Paramount.
Entre sus amistades se contarían en los años venideros,
actores de reconocido prestigio, como el famoso Douglas Fairbanks
o la inimitable Mary Pickford, sin olvidar a la espectacular Serena
Lumière, inquietante personalidad que se escondía detrás
de tan fabuloso alias, y a la que la generosidad de Onax Capdevila
catapultaría a la cima del éxito, tan sólo una
década más tarde.
. . .
Nuevamente,
el grupo formado por los estadounidenses se reunía con Gaudí
en las oficinas de la Sagrada Familia. Entre los numerosos planos
y proyectos que el arquitecto mostraba, les enseñó un
ejemplar de una antigua revista americana de arquitectura (3),
en la que aparecía un detallado artículo referente a
la edificación de una imponente residencia, propiedad de don
Eusebi Güell, quien tendría el honor de recibir como invitado
ilustre de una de las grandes recepciones que solía ofrecer,
al entonces presidente de los Estados Unidos, Mr. Grover Cleveland,
al encontrarse este visitando Barcelona, con motivo de la Exposición
Internacional de 1888. El interesante documento, del cual los financieros
estadounidenses no tenían referencias, les entusiasmó
hasta tal punto, que incitados por Eduard Torrent, apremiaron al arquitecto
para que les facilitara el acceso a tan extraordinario edificio, conocido
en la ciudad como Palau Güell.
Durante la visita al palacio, la contemplación del enorme salón
principal (cuya bóveda parabólica, surcada de aberturas
estrelladas, sumergía la teatral estancia en una embriagadora
atmósfera de luz cenital), sobrecogería de tal manera
a los invitados, que Gaudí, al ver la impresión que
en ellos había causado, sugirió que el proyecto que
le proponían (del que sin duda se hallaba ya convencido de
su participación), debía culminar en una gran sala,
similar a la que contemplaban, que sirviera de homenaje a la gran
nación americana. Y allí mismo, en un simple papel de
cartas, empezó a plasmar lo que su desbordante imaginación
le dictaba, realizando varios esbozos de lo que podría llegar
a ser esta grandiosa obra.
A Eduard Torrent, que aunque no era tan sagaz como Capdevila no dejaba
que nada se le escapara, no le paso desapercibida la paternal mirada
que el arquitecto dirigió a Joaquina Caballol mientras realizaba
su discurso. Esto está hecho -- pensó Torrent. -- A
partir de ahora sólo hay que dejar que las aguas sigan su cauce.
Ese mismo día visitarían además los terrenos
del park Güell, que continuaba en fase de construcción.
Las dos jóvenes, maravilladas por el colorido de los pabellones
de la entrada, y embriagadas por la agradable luminosidad que se desparramaba
por todo el recinto, corrían juguetonas entre las escalinatas
que darían acceso después al teatro griego. Desde aquel
improvisado belvedere, las vistas de la ciudad eran inigualables.
Quien hubiera dicho entonces, que el visionario nombre con el que
proféticamente Eusebi Güell había bautizado su
ciudad-jardín, se convertiría con el pasar de los años
en una realidad, el parque público más emblemático
y más visitado de la ciudad, celosamente custodiado por un
dragón multicolor mil veces fotografiado.
Aprovechando la ocasión, la visita terminaría con un
pequeño ágape ofrecido por Gaudí en su propia
casa del park Güell, siendo ayudado en estas lides por su sobrina
Rosa.
Mientras los hombres hablaban de negocios, sopesando la conveniencia
de rodear de jardines la edificación que pensaban construir,
Rosita Egea Gaudí, contenta de tener alguien con quien charlar,
se prodigaba en atenciones, especialmente con sus invitadas, que encantadas
con el resultado de la jornada, mimosas, se dejaban agasajar.
A la mañana
siguiente, Gaudí comunicaba a su ayudante Francesc Berenguer
el resultado de la entrevista con los norteamericanos. La amistad
entre el arquitecto y su colaborador, tenía como origen los
lejanos días de la infancia, ya que Gaudí había
sido alumno de Berenguer padre, en la escuela de la calle Monterols,
en Reus.
La impresión que tengo, -- le decía Gaudí a Berenguer,
mostrándole los esbozos realizados apresuradamente en el Palau
Güell -- es que estas personas desean invertir una significativa
cantidad en el proyecto, para el cual me han otorgado carta blanca.
Salvo unas mínimas pautas que me han sido reseñadas,
el resto lo dejan a mi criterio personal. Y a ti no puedo engañarte,
Francesc, tú me conoces muy bien; este margen de confianza,
me halaga y me impulsa a aceptar. . .
Por las indicaciones que me han facilitado hasta ahora, creo que desean
construir algo realmente notable, de dimensiones extraordinarias,
a las que poco o nada estamos acostumbrados en nuestra ciudad. Un
edificio que por su monumentalidad será capaz de dejar boquiabierto
a todos los que lo visiten. Les he comentado, claro está, que
un encargo de tal magnitud requiere un profundo estudio y también
un importante desembolso económico; pero el dinero no es un
obstáculo para ellos. Por otra parte, la experiencia me hace
prever que se necesitará entre siete u ocho años para
dar forma a un encargo de semejante envergadura. Bien cierto es, que
tiempo y dinero son elementos esenciales para realizar grandes cosas.
Pero si disponemos de ambos sin reparos. . . ¡Qué prodigios
no podremos conseguir! Estoy impaciente, amigo mío, en estos
momentos me pasan por la imaginación tantos y tan novedosos
proyectos que si fueran del dominio público, sin duda, me tomarían
por un desorbitado o por un loco. Pero. . . ¡Ya he hablado demasiado!
¡Manos a la obra, mi querido Francesc! Debemos empezar enseguida.
No hay tiempo que perder.
Y dicho esto, comenzaron a trabajar en los primeros apuntes y croquis
que darían forma a una nueva maravilla gaudiniana.
.
. .
__________________
3.
Nos referimos a un ejemplar de la revista American Architect and Building
new Boston, con fecha de julio de 1892, en la que aparece un artículo
referente a la obra realizada por Gaudi en el Palau Güell; "A
modern house at Barcelona". volver
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