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Premio Gaudí de Poesía y Narrativa Corta 2003 PRIMER PREMIO DE NARRACIÓN CORTA MUERTE EN EL PARK GÜELL, 5 |
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- Quizás sí. ¿Quizás un templo, quizás un mercado, quien sabe? - Me recuerda los templos griegos o los egipcios con estas columnas, pero estos paneles son realmente únicos. - No hace falta que busques símiles, ni palabras para calificar este lugar. La magia no se puede describir. - ¿ Crees realmente todo lo que me dices? ¿O quieres impresionarme? - Impresionada ya lo estás, no hace falta que me esfuerce. Pero no es mérito mío. Nuevamente le tendió la mano que ella cogió, ahora sin dudar. El sol descendía y empezaba a hacer frío cuando llegaron a la gran plaza y al banco donde el día anterior habían encontrado el cuerpo sin vida de aquella chica de sonrisa enigmática. - ¿Nos sentamos? -preguntó Irene. - Todavía no. Quiero que veas un poco los jardines antes de sentarnos. Atravesaron la plaza y dejaron a un lado el teatro griego para coger uno de los senderos que rodeaban el espacio abierto. Miles de piedras amontonadas formando estilizadas columnas iban marcando el camino entre palmeras, buganvillas de un rosa intenso, árboles innominados que murmuraban algo al viento. - Escucha. - Sólo oigo el viento entre las hojas. - ¿Y qué te parece? - Me parece que he vuelto a casa. Podría, si cierro los ojos, sentirme como en mi pueblo. Y eso es lo más extraño. Aquí, a tan sólo unos metros, hay una ciudad que hierve, angustiada, aburrida, inquieta. Y, en cambio, se consigue escapar de tanta locura en un instante, reencontrar en uno solo instante el silencio. - Exacto. Veo que eres una buena alumna. ¿Ahora sólo te falta saber qué te cuenta el viento, qué palabras te deja entre las ramas de los árboles, qué nos quiere decir? - Quizás nos explicará cómo murió aquella chica. - Marta, se llamaba Marta. Los árboles, las piedras y el banco lo saben, quizás sólo hay que escuchar bien. ¿Sonríes? - Pensaba en la cara que pondría su señoría si te oyera hablar. - ¿Crees que él oiría alguna cosa más que sus propios intestinos? Continuaron paseando divertidos. Le mostró la casa de Gaudí, las otras edificaciones, los detalles de cada rincón ... - ¿Cómo sabes tantas cosas del parque? - Vivía cerca de aquí. Mi padre era arquitecto, y me explicaba una vez y otra los detalles, la imaginación de Gaudí, las soluciones arquitectónicas, las increíbles inclinaciones de las columnas. Pero, a pesar de sus sabias indicaciones, fue mi prima quien me descubrió el parque. - ¿Tu prima? - Tenía una primita de mi edad con quien pasaba horas y horas jugando dentro de este parque. Así, imaginábamos aventuras de piratas, de peligrosos guerreros a quien siempre se me enfrentaba y vencía y una princesa a quien salvar de todos los peligros. Teníamos quince años, como decía la canción de Serrat. - ¿Un poco creciditos para jugar a piratas, no? ¿Y ahora, a qué juegas con tu primita? - Se fue y hace más de diez años que no la veo, pero seguro de que ella también recuerda, como yo, el parque. - ¿La amabas? - Todo el mundo la amaba. El camino les llevó, sin que se dieran ni cuenta, nuevamente a la plaza. - Tal vez podamos sentarnos ya, ¿no?. - ¿Estás cansada? - No, pero quiero hacer lo que ayer no pude hacer: sentarme en el banco y contemplar la ciudad. - Es la hora justa. La puesta de sol y su colorido cambian el aspecto de la plaza. Mira la ciudad y cuando vuelvas la mirada al parque lo verás diferente. Se sentaron juntos en el banco contemplando la ciudad que empezaba a prepararse para la noche. Farolas encendidas, coches circulando incansables, y casas ordenadas como un gran rompecabezas mirando al mar. Irene guardaba silencio, queriendo mantener todos los detalles de aquella tarde, aquel chico que la había llevado de la mano delicadamente, su sonrisa, sus palabras ... - ¿En qué piensas? -interrumpió Jordi. -
Pensaba ... Pensaba en aquella chica, en porqué sonreía
-mintió Irene.
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Currículum de Carme Guil |