Sobre Gaudí se ha dicho de
todo. Que fue templario, Rosacruz, alquimista, drogadicto, impío,
blasfemo y otras lindezas. Con los más absurdos argumentos, siempre
sin demostrar, se han dado teorías sin base lógica pero muy gratas
a los amantes del sensacionalismo.
Se hace muy difícil pensar que un arquitecto
educado en los Escolapios de Reus y que desde los inicios del
ejercicio de su profesión proyectó objetos y edificios religiosos,
al que a los 31 años se le confió la dirección de las obras de
la Sagrada Familia, por recomendación de Juan Martorell, el más
ortodoxo de los arquitectos católicos del momento, tuviera esta
doble vida.
Otra especie que de vez en cuando asoma es la
de su pertenencia a la francmasonería. Ante tal supuesto, cabe
hacerse la pregunta que un rector de Universidad, precisamente
de Reus, se formulaba cuando le cornunicaban una noticia importante:
y esto, ¿es bueno o malo?
Según definición de sus propios adeptos, la
masonería es un sistema de filosofía práctica que promueve la
civilización, ejerce la beneficencia y tiende a mejorar la costumbres
y a mantener el honor de los sentimientos. Hasta aquí nada que
oponer sobre la pertenencia a tal sociedad de un cristiano como
Gaudí. La cuestión reside en que a la francmasonería no le importa
la llamada otra vida del alma, pues cree que ni es hombre el cuerpo
muerto, ni lo es el alma, caso de que tuviera vida individual.
De ahí la contradicción con la doctrina católica que cree en la
trascendencia y la resurrección de la carne.
Otro asunto es la acción de la masonería en
la historia y su participación en la política. Concretamente en
Espaiia cuando era joven Gaudí.
Desde 1728 hubo en Madrid una logia masónica
auspiciada por los ingleses que fue perseguida por Felipe V. que
luchó contra ingleses y austríacos en la guerra de Sucesión. Fernando
VI persiguió a los masones igualmente en 1751 y algunos de ellos
escaparon gracias al cantante capón Carlo Broschi, llamado Farinelli.
En cambio, con Carlos III vivieron los masones una época dorada
siendo su ministro el conde de Aranda, nada menos que Gran Maestre,
desterrado luego por Carlos IV a instancias de Godoy. También
Fernando VII se opuso a la masonería pero, habiendo dado su política
tantos tumbos, hubo de todo en su reinado. En el siguiente, Isabel
II se enfrentó con el infante Francisco de Paula, a su vez Gran
Maestre, dispuesto a destronarla. En 1847, las logias de Madrid
se agruparon militarmente para desterrar a la reina, sin conseguirlo
y, en 1866, Prim, otro de Reus. sublevó a los regi- mientos de
caballería de Aranjuez.
La revolución de septiembre de 1868 destronó
a Isabel II y con las nuevas leyes liberales proliferaron los
masones, que siguieron boyantes bajo Amadeo I de Saboya, hasta
su abdicación en 1873.
Gaudí llegó a Barcelona en 1869, en plena efervescencia
revolucionaria, procedente de Reus, ciudad de ideas avanzadas.
Allí Eduardo Toda y Gaudí, junto con José Ribera Sans, esbozaron
un proyecto para restaurar Poblet, escrito por el primero de ellos
en el dorso de un panfleto revolucionario firmado, entre otros,
por José Güell Mercader, pariente de Toda. En Barcelona, Gaudí
trabajó para José y Eduardo Fontseré, masones reconocidos.
Al parecer, Gaudí estaba informado de las actividades
de socialistas y anarquistas y, según encontró Ráfols en el archivo
de Gaudí en su casa del parque Güell, había tomado notas de diversos
libros franceses sobre las condiciones de trabajo de los obreros
y empezó a colaborar con la cooperativa La Mataronesa, la primera
de España formada por obreros textiles según el modelo de las
cajas de resistencia. Arregló el salón de actos donde los cooperativistas
pusieron pintorescas leyendas: "No hay nada como la fraternidad",
"Compañero, sé solidario y practica la bondad", "Impulsemos la
humanidad hacia el amor". Ráfols no pudo menos que apostillar:
"Se ve que el arquitecto trataba con personas muy ingenuas'.
Pero Ráfols llegó a suponer una participación
del Gaudí de 17 años, junto con Gaspar Sentiñán y Rafael Farga
en el IV Congreso de la Asociación Internacional de Trabajadores
en Basilea en 1869. Pero el ideal revolucionario de defensa obrera
no persistió mucho en Mataró y la mala conducta de algunos organizadores
desengañó a Gaudí.
El arquitecto fue ingenuo toda su vida, pero
este hecho no lo convierte en francmasón ni en revolucionario
y la ingenuidad de su conducta contrasta con la profundidad de
algunas de sus afirmaciones de madurez, como cuando afirmó que
la creación continúa a través del hombre que no crea, pero descubre
y a partir de aquí actúa. Los que buscan conocer las leyes de
la naturaleza para formar nuevas obras colaboran con el creador,
no los copistas.
Este creador, según los masones es el Gran Arquitecto
del Mundo, según los cristianos es Dios. Esto no basta para suponer
en Gaudí una filiación masónica, como tampoco a su mecenas Eusebio
Güell.
Por otra parte, Gaudí pronto mostró un sentimiento
católico más allá de toda duda, dirigió durante 40 años las obras
de la Sagrada Família, colaboró con los obispos de Vic, Astorga
y Mallorca, situó símbolos religiosos en los edificios civiles
como en las casas Calvet, Bellesguard, Batlló y Milá. Tales hechos
constituyen evidencias que no existen cuando se trata de relacionarlo
con la masonería. Podría argüirse el supuesto secretisnio de los
francmasones, pero a fines del siglo pasado las logias masónicas
se anunciaban públicamente. En la guía de Barcelona de J. Roca
y Roca de 1895, se citan nueve Orientes con 14 logias con nombres
como Hijos de la Razón, Espartaco e Hijos de Hiram. Contaban con
tres periódicos, escuelas, una asociación de socorros mutuos,
seis mil miembros activos y ocho mil durmientes.
Quien quiera demostrar la pertenencia de Gaudí
a la francmasonería debería encontrar su nombre en alguna de las
logias que existieron en Barcelona en su tiempo. Lo demás es especulación
y fantasía.
En resumen, se puede establecer que Gaudí, de
estudiante y a los inicios de su labor profesional, participó
de los ideales obreristas del socialismo, pero muy pronto trocó
sus ideas por el más ortodoxo catolicismo. Y esto es bueno, ya
que llegó a sus convicciones por medio del conocimiento y comparación
con otras tendencias y teorías. Y desde luego, de masón nada.
Joan Bassegoda Nonell, Director
de la Reial Càtedra Gaudí de la UPC
La Vanguardia