En el estudio
de Gaudí, desde los sucesos de la semana trágica, las
cosas habían ido empeorando. El arquitecto, ajeno la mayor
parte de las veces a los lamentables sucesos de orden político
y social que se sucedían en la ciudad, había continuado
trabajando en todas sus obras con absoluta normalidad, y ni siquiera
había permitido que esta situación le afectara, aún
con el paisaje de la ciudad en llamas, y el sonido de los disparos
de fondo.
De hecho, durante 1909 llegaría a construir, con gran visión
práctica, las escuelas provisionales de la Sagrada Familia,
que pese a sus reducidas dimensiones y a estar realizadas con materiales
baratos, llegarían a ser, debido al original diseño
de su cubierta, una de sus obras más innovadoras.
Hasta ese momento, absorbido de tal manera por su genio creativo,
no había sido capaz de apreciar, como estos acontecimientos
iban minando el brío de sus ayudantes. Pero después
del incidente con Pepeta Moreu, su ánimo se vio disminuido
considerablemente.
Aunque lo cierto es que el desánimo que le atenazaba interiormente
tenía su origen más bien en los contratiempos laborales,
en todos los problemas que estaban surgiendo en la construcción
de la casa Milá (que sufriría incontables denuncias
y alguna que otra orden de suspensión de obras, no llegando
estas, por suerte, a sucederse). Sin ir más lejos, ese mismo
año, el Ayuntamiento llegaría a ordenar el derrumbe
del edificio, o en su defecto el pago de una descomunal multa de cien
mil pesetas, al exceder este, con mucho, la altura máxima permitida
por la ley. Afortunadamente el contratiempo se arreglaría varios
meses después, siendo el propio Ayuntamiento quién aportase
la solución, aduciendo que el edificio tenía un carácter
monumental, y que esta circunstancia le eximía de ajustarse
estrictamente a las normas municipales.
Sin embargo el edificio de la casa Milá quedaría inacabado
a los ojos de Gaudí, ya que este hubiera deseado instalar un
grupo escultórico en la azotea dedicado a la Virgen del Rosario.
Tal circunstancia no sería posible dada la negativa de los
señores Milá, a resultas de los citados incidentes de
la semana trágica, que más bien escondían un
cierto desagrado por la escultura en cuestión. Sea como fuere,
lo cierto es que esta circunstancia daría lugar a la ruptura
de las relaciones entre propietarios y arquitecto, propiciando que
finalmente, este ultimo abandonara la obra, que sería terminada
por algunos de sus colaboradores, como Jujol, Rubió o Clapés.
Por otro lado, la escasez de noticias por parte de los magnates americanos,
daría como resultado que, poco a poco, Gaudí fuera arrinconando
el proyecto del hotel Attraction. Debido al estado de agotamiento
en que se encontraba, no acertaba a decidir si debía continuar
gastando sus energías en el encargo del futurista rascacielos,
o si debía dejarlo algo apartado, aunque sólo fuera
momentáneamente, mientras esperaba nuevas comunicaciones, lo
que definitivamente dejaría de suceder a finales de diciembre
de 1911.
Durante algún tiempo, aún tendría
esperanzas de volver a establecer contacto con los estadounidenses,
pero al transcurrir los meses y no recibir ninguna comunicación,
el proyecto se fue quedando en el olvido. Una parte permanecería
cuidadosamente guardada entre el resto de planos y bocetos del arquitecto,
y desdeñada durante largo tiempo, resultó quemada en
1936, junto al resto del archivo gaudiniano, con motivo de las revueltas
ocasionadas por la guerra civil (5).
Por si esto fuera poco, la crisis económica que sacudía
al país en aquellos momentos, empezaría a tener repercusión
en las obras del templo, siendo necesario prescindir de un gran número
de operarios, con lo que la buena marcha del trabajo, se vio inevitablemente
ralentizada.
Todas estas tensiones fueron haciendo mella en el espíritu
del genial creador, mermando su ya de por sí delicada salud,
sometida a la espartana dieta alimenticia que seguía desde
joven.
Su círculo de amistades, alarmados por la visible fatiga y
la creciente irritabilidad del arquitecto, le rogaron encarecidamente
que se apartase un poco de las extenuantes obligaciones que le ocupaban,
instándole a tomarse unas merecidas vacaciones, las primeras
(desde un breve retiro en Tortosa, veinte años antes), en tantos
años de intenso trabajo.
El estado de salud del arquitecto llegaría a ser tan apático,
que rehusaría la invitación de asistir, allá
por la primavera de mil novecientos diez, a la exposición en
París de parte de sus obras, evento que don Eusebi Güell
financiaba y que casi le había obligado a preparar. Este montaje,
que incluía planos, maquetas, fotografías y transparencias,
formaría parte del salón de la Societé des Beaux
Arts de Francia, acontecimiento que iba a celebrarse dentro del incomparable
marco del Grand Palais, donde los proyectos de Gaudí se presentarían
en una sala especial, fuera de concurso, y dedicada por entero a él.
Sin embargo el arquitecto, por una vez obediente, prefirió
hacer caso de los consejos y las recomendaciones ofrecidas por sus
buenos amigos, trasladándose por las mismas fechas a la ciudad
de Vic, donde había sido invitado (por mediación del
obispo Josep Torras i Bagues, junto al padre Ignasi Casanovas), con
el propósito de que se apartara por un tiempo de las preocupaciones,
y pudiera recuperarse de lo que hoy llamaríamos una depresión
nerviosa, en aquellos momentos diagnosticada como "anemia cerebral".
En esta ocasión su mejoría fue evidente, y durante las
tres semanas que permaneció "de reposo", llegaría
a realizar, apremiado por los vecinos, un proyecto de decoración
efímera de la plaza mayor y dos farolas conmemorativas, que
desgraciadamente serían demolidas en 1924. Todo esto con motivo
de engalanar la ciudad, para la celebración del centenario
del nacimiento de un ilustre hijo de Vic, el filósofo Jaume
Balmes.
Tristemente, los luctuosos sucesos que iban a acontecer en los años
siguientes, tanto en el ámbito laboral (surcado de preocupaciones),
como en el personal (con la perdida de algunos de sus seres más
queridos), empujarían a Gaudí hacia un grave empeoramiento
de su salud, llegando incluso a temerse por su vida. Recuperado al
fin de este aciago episodio, se manifestaría en él una
mayor tendencia hacia la introspección, un mayor retraimiento.
Desde ese momento una acuciante búsqueda espiritual y arquitectónica
ocuparía todo su empeño, decidiendo, con voluntad propia,
convertir su vida en un universo paralelo al que ocurría fuera
de los muros de la Sagrada Familia.
. . .
Una vez instalados
en el vecino país, las vidas de Onax Capdevila y Palmira Sirvent
darían un giro insospechado. La manifiesta inquietud de él
hacia los negocios le llevaría a embarcarse en un nuevo desafío,
decidiendo invertir parte de sus bienes en la incipiente industria
cinematográfica. Debido a esta circunstancia, Palmira, completamente
restablecida, terminaría cambiando su anterior vida, no exenta
de infortunios, por una brillante carrera en el mundo de la interpretación,
por lo que sería conocida a partir de entonces, dentro y fuera
del mundo del celuloide, como la simpar Serena Lumière, "bautizada"
así gracias a su particular manera de hacer frente a las adversidades,
y también como homenaje a la cosmopolita ciudad que les había
acogido, donde por espacio de un par de años permanecerían
medio ocultos, disfrutando de los placeres de una vida anónima,
y olvidando en la medida de lo posible su pasada existencia.
Durante ese tiempo, y sin que Palmira tuviera noticias de ello, Onax
seguía con la idea de hacer realidad el proyecto del rascacielos
neoyorkino, manteniendo contacto telefónico y epistolar con
los magnates norteamericanos, su "tapadera" frente a Gaudí,
quien hasta 1911 seguiría recibiendo en su estudio de la Sagrada
Familia, de una forma más o menos regular, comunicaciones desde
el otro lado del Atlántico.
Mientras tanto, Capdevila, con la meticulosidad que le era tan característica,
continuaría preparando el terreno, con el objetivo de que en
la primavera de 1912, cuando por fin arribaran al puerto de Nueva
York, todo estuviera preparado para poder hacer realidad dos de sus
grandes sueños; la construcción del hotel Attraction,
y el éxito de la prometedora aspirante a actriz.
Como podía
haber sospechado Onax, aquella fría y brumosa mañana
en el puerto de Southampton, mientras esperaba de la mano de su inseparable
Serena, que varios mozos subieran el equipaje a bordo del imponente
hotel flotante, que tan solo cinco días más tarde, la
suerte, esa vieja conocida, tantas y tantas veces aliada, había
decidido olvidarle para siempre. Cruel como una amante despechada,
le abandonaría en aquella oscura hora del quince de abril,
en la que todos sus sueños acabarían irremisiblemente
hundidos en la medianoche de un mar profundo.
Este triste final no fue compartido por Serena Lumière, que
afortunadamente llegaría a escribir su nombre en la lista de
supervivientes. Gracias a su tenacidad y a los innumerables bienes
que Onax le legara, conseguiría finalmente alcanzar su objetivo.
De tan injusta
manera, con el naufragio de aquel enorme y lujoso transatlántico,
cuyas dimensiones tan exorbitantes se asemejaban a las que un día
hubiera soñado el propio Gaudí para su hotel, se vería
acallada irremisiblemente la llamada que el genial arquitecto sintiera
desde el nuevo continente. Él mismo, años más
tarde, rememorando el proyecto fallido, llegaría a referir
en alguna ocasión; "a veces, los sueños se aparecen
ante nosotros envueltos en neblinas, que con suerte, el tiempo llega
a disipar, pero en la mayoría de las ocasiones, y pese a nuestros
esfuerzos por atraparlos, los sueños como humo se van".
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Esther Simón
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5.
Seguramente no se habría vuelto a tener noticias de esta construcción,
de no haber sido porque Joan Matamala, años después,
revisando polvorientas carpetas de dibujo de su padre, encontraría
algunos de los primeros croquis realizados por Gaudí, y, gracias
a su prodigiosa memoria, recordando lo acaecido casi cincuenta años
antes, volvería a recuperar este fallido trabajo, rescatándolo
del abandono en que se había visto sumido, para, finalmente,
sacarlo a la luz pública, añadiéndolo a la larga
lista de proyectos del maestro reusense. volver
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