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GAUDÍ, HOY
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o último de Gaudí en el Mundo

Arquitectura emblemática de Gaudí

Miriam Duch

“La Casa Milá (la famosa Pedrera de Antoni Gaudí) permanecerá en el terreno arquitéctonico de Barcelona como un ejemplo único; incomprendida durante mucho tiempo, esta construcción fue objeto de numerosas parodias y sátiras”, comenta Rainer Zerbst, autor de un libro para la colección Taschen (1991) sobre el artífice catalán.

Barceloneses y visitantes detienen sus ojos en la singular fachada ondulada de ese edificio —paisaje en movimiento—, ubicado en la esquina del Paseo de Gracia y la calle Provenza. Como por arte de magia, Gaudí desapareció los muros e hizo descansar toda la estructura en columnas y soportes.

Las habitaciones presentan alturas diferentes, de modo que la construcción divide las opiniones. Unos piensan que las formas, finalmente, se funden en una unidad. Otros la califican de “avispero”.

A mí me gusta más la explicación que compara esa obra de Gaudí con la superficie arenosa de la playa modelada por las olas, haciendo alusión a su acabado poroso y a las ondas que le dan personalidad irrepetible al frente. Su proceso de construcción, casi a punto de cumplir el primer centenario, se inició en 1906 y concluyó seis años después.

Admirada o rechazada, esa casa es uno de los emblemas de la ciudad condal, como su equipo de fútbol blau-grana.

Que el club Barcelona era, desde su fundación, mucho más que un centro deportivo o recreativo queda demostrado en el decálogo para los socios. Hace ocho décadas recibían —junto con su carnet— las instrucciones que transcribo resumidas, por considerarlas válidas para la sana convivencia en cualquier lugar: “Piensa que una conducta impulsiva predispone en contra tuya a quienes un día te recibirán como forastero. Ten cautela. Sé comprensivo y generoso. Que cuando digas que eres de Barcelona (o la ciudad que cada quien prefiera, Mérida en nuestro caso), se te abran todas las puertas”.

De consideración
Lejos de mi intención está criticar, a propósito del monumento a la Patria, a doña Elena Poniatowska o a don Martiniano Alcocer. Espero no ofender a nadie al opinar que cada uno de nosotros tiene un lugar predilecto, ese que le acelera el pulso al ritmo de los recuerdos y le llena de gozo el corazón.

Con respecto a la creación de don Rómulo Rozo, creo que vale recordar lo que dice Rainer Zerbst en torno a la Pedrera de Gaudí: “Los aplausos y su crontraparte, la ironía, no son más que una prueba de la fascinación que la obra ejerce”.— Mérida, Yucatán.

Diario de Yucatán
Miércoles 19 Enero 2005