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Salvador Dalí, en el jardín de espejos de su propia obra
literaria
El mejor escritor surrealista de todos los tiempos (o sea,
Salvador Dalí) estaba obsesionado con los recuerdos intrauterinos,
la muerte del hermano y la conciencia de la muerte, la expulsión
del grupo surrealista, el paisaje, el erotismo, el instinto sexual, la
gloria, la gastronomía, la escatología, la alquimia, la
ecuación espacio-tiempo, el cuerno del rinoceronte, las ruedas
combinatorias de Ramón Llull, la teología natural de Raymond
de Sebonde, el tratado de Paracelso, la arquitectura inspirada del gótico
mediterráneo Gaudí, la poética anti-Julio Verne de
Raymond Roussel, no profanar tumbas injustas, exhumarlos y enterrarlos
de nuevo, pero en el más suntuoso de los mausoleos futuristas imaginado
por Nicolás Ledoux... Y con Gala.
Compendio de un siglo
Lector voraz, dotado de una vastísima cultura y de un enciclopédico
saber, Salvador Dalí, apasionado de Gala, creó una obra
literaria tan sublime como la artística desde 1919 hasta el final
de sus días. Su pintura y su literatura son el compendio de un
siglo. Como subraya Montse Aguer i Teixidor, comisaria del Año
Dalí y directora del Centro de Estudios Dalinianos de la Fundación
Gala-Salvador Dalí, era imprescindible, necesaria y vital la edición
de estas Obras Completas. Muchas personas no conocen la cara oculta, la
vida secreta de este animal literario y artístico. Dalí
era un maestro en el arte de la entrevista, un erudito en los ensayos
sobre arte y ciencia y un precursor de la novela moderna. Dalí
se desnuda ahora, con en estas Obras Completas, ante su gran público
gracias a los esfuerzos de Ediciones Destino, la Fundación Gala-Dalí
y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales que pilota Luis Miguel
Enciso. Ayer, en la Casa de América, Montse Aguer, Joaquín
Palau y Mauricio Bach, director editorial y editor de Destino y Enciso
presentaban los dos primeros volúmenes, autobiográficos,
del genio.
En el prólogo al tomo segundo, que agrupa «Las pasiones
según Dalí» (en colaboración con Louis Pauwels)
y «Confesiones inconfesables» (con André Parinaud),
Montse Aguer apunta las claves de los dos escritos autobiográficos:
Dalí añade nuevas perspectivas y contradicciones que nos
ayudan a comprender su estancia americana (vivió en Estados Unidos
desde 1940 a 1948). «Avida Dollars» le bautizó André
Breton, retorciendo las palabras del nombre. En esos años 40, confiesa
Dalí: «Disfruto de la gloria que me han dado y que los grandes
medios de idiotización colectiva aumentan. Desde que desembarqué
por primera vez en Nueva York, hice saber a todo el mundo que estaba dispuesto
a aceptar cualquier encargo bien pagado. ¡Escándalo entre
los surrealistas! ¡Dalí hace frascos de perfume, alfombras,
corbatas!». Y recurre a su admirado Miguel Ángel para clausurar
la cuestión: «Pero esos incultos, que se complacen con la
miseria humana, no saben que Miguel Ángel pintaba jarrones para
el Papa y que diseñó los uniformes de la Guardia del Vaticano.
No hay ninguna deshonra en marcar el propio siglo en el mayor número
de ámbitos posible, y además no hago nada en moda, en muebles,
en decorados, en ballets, en joyería, que no sea puro Dalí».
Y en literatura emerge el puro Dalí, anarquista y revolucionario,
provocador y barroco, genial e imprescindible. Por vez primera se traducen
al castellano «Las pasiones según Dalí» y «Un
diario: 1919-1920». Y se ha limpiado de la hojarasca de la censura
«Confesiones inconfesables». Aún queda más Dalí,
e inédito, en narrativa y ensayo.
ANTONIO ASTORGA
ABC
Viernes, 28 Noviembre 2003
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