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Gaudí sin prisa

Todo el mundo lo sabe: cuando a Gaudí le preguntaban, con impaciencia, cuándo se terminaría el Templo de la Sagrada Familia, él respondía, sin impacientarse: «Mi amo no tiene prisa...», además de eludir cualquier cronometraje, también expresaba, con esta respuesta, en qué perspectiva situaba su obra.

Han sido muchos, no obstante, a quienes la Sagrada Familia ha puesto nerviosos. Y no sólo a causa de la lentitud de su edificación, sino, muy a menudo, por cuestión de gustos o criterios estéticos, siempre respetables y discutibles a la vez. A veces también ha influido el hecho de que se trate de una edificación religiosa, ahora que dar señales de vida cristiana es considerado, en ciertos ambientes, políticamente incorrecto. Pero somos muchos quienes, como Joan Maragall cuando el templo nacía, hacemos piña en torno a este proyecto y lo vemos crecer con ilusión como la gran l catedral del futuro. El poeta intuía con lucidez --lo explicaba en sus artículos-- toda la carga simbólica del templo: valores espiritua1es y transcendentes, más allá del cierre materialista; generosidad gratuita, contra la tacañería ancestral ; grandeza de corazón y comunión de esfuerzos;, por encima de la mezquindad y del cultivo de la capillita.

Últimamente a algunos les ha hecho perder los estribos la iniciativa de introducir el proceso de canonización de Antoni Gaudí. Quienes han tenido la idea están convencidos de que el hombre que proyectó la Sagrada Familia como una versión en piedra de la tradición cristiana y católica, fue además de un artista eximio, un hombre de fe, por encima del nivel ordinario. Es decir, un cristiano que puede ser ejemplo de cristianos, un santo. Y han hecho, pacíficamente, los primeros pasos de un largo camino que puede llevar al reconocimiento por la Iglesia de la santidad de Gaudí. Como decía, a algunos esto les ha sacado de sus casillas y han convocado chapuceramente a «salvar a Gaudí de las garras de la Crosta» y a imaginar que «se atiborraba de carne y de butifarras los días de ayuno y abstinencia», por citar, sólo, una de las increpaciones más suaves de un artículo reciente (cf. Avui, 20/3/00, pág. 17). ¿Por qué?

Quienes han introducido la causa de Gaudí tienen razones muy sólidas para hacerlo y ejercen un derecho reconocido en el interior de la Iglesia. Los organismos competentes de la Santa Sede han acogido su propuesta positivamente. Pero a partir de ahora, comienza un análisis concienzudo y más bien lento de los pros y los contras. Que nadie tema precipitaciones. Tampoco aquí, como en la obra de la Sagrada Familia, no hay prisa.

Ahora bien, yo he tenido ocasión de percibir que el encanto del templo lleva al encanto de la fe. Por eso no me cuesta demasiado mantener la esperanza de que sus piedras hayan sido realmente tocadas por mano de santo.

Joan Carrera Planas
Obispo auxiliar de Barcelona
Catalunya Cristiana
30 Marzo 2000


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