MARC CAROL FONTCUBERTA:
Autor

Nacido en Barcelona el 28 de septiembre de 1977. Estudia en la escuela Sant Gregori, etapa en la que también gana algún concurso literario.

Se licencia en derecho en la Facultad de Derecho de ESADE-Universitat Ramon Llull, aunque, por el momento, no ejerce de abogado. También tiene
estudios de historia del arte y ha conseguido un diploma de posgrado en
proyección y montaje de exposiciones por la Universidad Politécnica de Catalunya.

Es un apasionado del arte y de todo lo referente a la cultura.

GEORGIA GUTIÉRREZ FONTCUBERTA:
Ilustradora

Nací el 20 de septiembre de 1979 en Barcelona. Soy licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona y he realizado un posgrado de pericia caligráfica y grafología en la facultad de derecho de la Universidad de Barcelona.
También he realizado un curso de extensión universitaria de dibujo científico en la facultad de geología de la Universidad de Barcelona, un curso monográfico de cerámica en la Escuela Massana y uno de fotografía en la Escuela Industrial, que me gustaría continuar estudiando.

He participado en la exposición "Aula 241", en el colegio St. Ignasi-Sarrià (9 febrero - 9 Marzo 2004) y doy clases de plástica, dibujo y pintura a niños de 8 a 11 años.

Tercer premio - Categoría de de Narración Corta

Versión original

La Historia de Ernesto
Cuento para niños

A la memoria de mi abuelo Albert

Autor: Marc Carol Fontcuberta
Ilustraciones: Georgia Gutiérrez Fontcuberta

Ernesto es tan diminuto que, una tarde, sus padres se lo olvidaron en uno de los bancos que hay en el Park Güell. En aquellos bancos que hay en la plaza del parque. Sí, precisamente en aquellos bancos de formas ondulantes y sinuosas, salpicados por miles de pequeños azulejos y recortes de vidrios y cristales de muchos colores.

Pués ahí mismo es dónde se quedó muy solo nuestro pequeño Ernesto, un domingo por la tarde que había salido a pasear con sus padres, después de comer, cuando el calor del verano ya no aprieta tanto. ¡Sin embargo! ¡Nadie debe pensar que tuvo miedo alguno! Que fuera diminuto no significaba que no pudiera ser un muchacho muy valiente. ¡No le temía a nada! Y por esto, se quedó quieto, esperando a que alguien lo viera, o a que regresasen sus padres a por él.

Y esperaba… y esperaba… Pero, ya se sabe lo que dicen, a menudo, quién espera, desespera. Pero de tanto esperar, al final sí que se cansó. Así que, de un bote, Ernesto se levantó y, aunque nosotros no lo hubiésemos visto bien por lo pequeño que era, se puso de pie! Y muy decidido, empezó a andar por los bancos.

Cuando hacía ya un buen rato que andaba por aquellos caminos que le parecía tan aburridos, de tanta y tantas vueltas que daban, oió en un rincón, debajo de un montoncito de polvo, que alguien estaba llorando mucho. A Ernesto no le gusta llorar. ¡Y tampoco que nadie llore! Así pués, se acercó porqué tenía curiodidad por ver lo que ocurría. ¡Y cuánta fue su sorpresa cuando vió que quién estaba llornado era una de las pequeñas baldosas de Gaudí! El azulejo había caído de su sitio, y no podía volver a subir .

-¡Soy muy pequeña, y no tengo fuerzas para volver a sentarme en mi sitio! ¡Nadie me ayuda!-, respondió la pequeña baldosa cuando Ernesto, que es muy despierto y se preocupa mucho por los demás, le preguntó por qué lloraba de ese modo.

La pequeña baldosa le explicó que un día que hacía muy mal tiempo, con relámpagos y truenos y granizada, un palomo blanco, de piedra, resvaló mientras volaba y fué a parar justo dónde estaba ella.

-¡Huy! ¡Me has hecho daño!- Le dijo muy dolorida la pequeña baldosa un tanto enfadada al polomo. -¿Por qué no miras por dónde vas?-.

-Perdóname, pero está lloviendo a cántaros y no veo nada. Un golpe de viento, casi huracanado –le explicaba moviendo las alas de un lado para el otro como si fuera un molino y no una ave, y exagerando la historia tanto como le parecía-, me ha hecho perder el rumbo que llevaba hacía el templo de la Sagrada Familia, y aquí me he empotrado. Mejor dicho…, y en tí me he empotrado.- Le respondió arrepentido y sorprendido a la vez el palomo blanco. El palomo no sabía que, a parte de él y de otros animales de Gaudí, también había azulejos que podían hablar.

-¿A la Sagrada Familia? ¿Y qué vas a hacer tú a la Sagrada Familia?-. ¡Le preguntó la pequeña baldosa mientras se repetía a sí misma que claro que ella hablaba! ¡También era una obra de Gaudí!

-Ya veo que somos compatriotas. Creo que puedo confiar en tí.- Le dijo en voz baja. –Yo soy uno de los palomos blancos que hay en lo alto de uno de los conjuntos de torres del templo.- Detuvo un momento su explicación. Después hubo un instante de silencio. Miró de reojo. Primero a la derecha. Luego a la izquierda. –Parece que no hay nadie.- Y otra vez en voz baja le confesó todo. Todo lo que él creía que podía confesarle, claro. Aunque el palomo blanco, Pablo (Pau en catalán, que significa Paz), es un bocazas y todo lo cuenta tan pronto como puede. -¡Somos espías! ¡Y si no me apresuro, llegaré tarde y me van a poner una falta, que ya colecciono unas cuantas! Cuando abran las puertas de la Sagrada Familia, yo tengo que estar ahí para vigilarlo todo de cerca. ¿Comprendes, verdad?-. Le decía a la pequeña baldosa, guiñándole el ojo. Bueno. De hecho, sólo lo intentaba. No lo hacía demasiado bien.

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