Chiste de la época.
Único documento gráfico que se conserva de la Sala Mercè



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La Sala Mercè (1904-1913)

Sala pionera de la cinematografía barcelonesa

Después de un viaje a Estados Unidos donde había comprobado el éxito que estaba empezando a adquirir el incipiente cinematógrafo, el pintor Lluís Graner Arrufí (1863-1929) decidió crear a principios del s. XX una sala de proyecciones en Barcelona. Encargó el proyecto a su amigo Antoni Gaudí, quien posteriormente diseñaría un chalet para el pintor, que no se llegó a construir.

Planteada como un local de espectáculos, la Sala Mercè –llamada así en homenaje a la Virgen de la Merced, patrona de Barcelona-, se ubicó en los bajos del número 4 –hoy, 122- de la Rambla de los Estudios. El edificio, muy antiguo, pertenecía a la familia Fontcuberta.

La Sala Mercè consistía en un vestíbulo, una sala de espera y otra de espectáculos. Gaudí y Graner modificaron las puertas de la Rambla y las transformaron en dos grandes arcos a través de los cuales se accedía al vestíbulo, donde había dos taquillas. La primera era real y la segunda contenía un demonio autómata que decía a la gente “Mortales que os reís de mí, todos vendréis a mí”.

Una vez flanqueada la taquilla, se accedía a la sala de espera, rectangular y perpendicular a la calle. A mano izquierda quedaba la entrada a la sala de espectáculos y al fondo, una rampa que bajaba al subterráneo, donde más tarde se ubicarían las “Fantásticas Covas” o “Grutas Fantásticas en el Grandioso Subterráneo” –como rezaba el cartel anunciador.

Una valla de 1,40 m de altura con bancos a un lado separaba la rampa de la sala de espera, desde la que se podía observar a los visitantes que bajaban a las cuevas. El vestíbulo y la sala de espera estaban decorados en tonos claros, que contrastaban con la oscuridad y decoración rocosa de la sala de espectáculos, cuyas paredes tenían tonos de “barro cocido claro” o de ”color de tierra”. En la sala de espera las luces eléctricas estaban cubiertas con tules o papeles de diferentes colores. Por su parte, las bombillas de la sala de proyección, también envueltas en papeles de colores, estaban disimuladas entre cavidades. El resultado eran unos “tornasolados focos incandescentes de variados matices”, según las crónicas periodísticas del momento. En una época en la que los espectáculos todavía se desarrollaban en salas iluminadas, la oscuridad que ofrecía la Sala Mercè -que aseguraba que el público no se distrajera en nada que no fuese la función- debía causar gran efecto. Así lo demuestran todas las crónicas de la época cuando hablan del aspecto de gruta que ofrecía el local.

La sala de proyecciones era rectangular, tres veces más larga que ancha –aproximadamente de 8 x 22 m-, y situada paralelamente a la Rambla. Según descripción del Padre Baldelló, músico y amigo de Gaudí, “toda ella tenía la disposición de una sala moderna, con la rasante del pavimento y de la bóveda dispuestos de modo que tenía una visibilidad perfecta. Las paredes y la bóveda eran de un material muy rugoso y formaban suaves ondulaciones que respondían al sistema de obtener una audición perfecta. (…) El pavimento de la sala estaba cubierto de gradas y cada escalón correspondía a una fila de butacas. Las sillas eran de hierro con asiento levantable tejido con elementos vegetales”. Encima del zócalo, de unos 180 cm. de altura, había la única decoración de las paredes, que consistía en una franja con motivos vegetales coronada por una doble línea ondulada.

En el semanario humorístico catalán “Cu-Cut!”, Virolet escribió que “el local, gracias a la traza del Sr. Gaudí, está ventilado de tal manera que, sin que uno se dé cuenta de por dónde entra, el aire circula allí guapamente, renovándose de una manera insensible y no permitiendo a la atmósfera que se vicie”. [“Cu-Cut!”, Año III, nº 150, Barcelona 10 noviembre 1904, pp. 728-729. Cita recogida por Tokutoshi Torii en “El mundo enigmático de Gaudí”, Vol. I, p. 256].

Baldelló sigue: “El marco de la pantalla y el pequeño escenario estaban también tratados con el mismo material de la bóveda y las paredes de la sala”. Los actores y músicos que sonorizaban los espectáculos se colocaban debajo del proscenio.

Siempre ofreciendo un repertorio variado, con buen humor y atractivo para toda clase de público, los espectáculos se estructuraban en dos partes:

1) Cinematógrafo. Programación de:

-“Películas animadas”: Cine mudo. Se programaron hasta el 15 de agosto de 1905

-“Proyecciones habladas”: Películas filmadas expresamente para este espectáculo, en las que unos locutores -que quedaban ocultos al público- declamaban los diálogos de los personajes del cine. Más tarde también se ofrecían “Retratos de artistas o personajes de la cultura”. Se programaron hasta octubre de 1907.

2) “Visiones musicales”: Cuadros proyectados en la pantalla, combinados con juegos de luz y efectos especiales y acompañados de cantos poéticos y música. Algunas partituras corales fueron compuestas por el mismo Graner

La Sala Mercè fue pionera en la historia cinematográfica de Barcelona. Con la idea de integrar las artes, Lluís Graner se rodeó de destacadas figuras de la cultura de momento. Escenógrafos como Salvador Alarma Tastàs, Félix Urgellés de Tovar y Maurici Vilomara Virgili; músicos como Enric Morera o Joaquim Pecamins, escultores como Lambert Escaler; o escritores como Miquel Costa i Llobera participaron en algunas de las 43 funciones que llegaron a programarse.