Se entiende por carisma la capacidad de ciertas personas de influir o atraer la estima de los demás, motivando con facilidad la atención y admiración de quienes le rodean, gracias a una cualidad magnética de personalidad o apariencia. Para los demás el carismático es considerado como individuo dotado de poderes excepcionales. No cabe la menor duda que Gaudí presentó claras formas de carisma, que fueron admiradas por sus contemporáneos, considerándolas de origen divino y decididamente ejemplares. El propio Gaudí se sabía poseedor de este carisma, pero no lo consideraba mérito propio sino don de Dios, a quien debía agradecer constantemente tal beneficio. A este don de admirar las personas de su entorno se unía su particular manera de ejercer la arquitectura, inspirándose en las formas de la Naturaleza, que son esencialmente funcionales y sencillas. Sin embargo muchos estudiosos de Gaudí, incapaces de comprender la permanente funcionalidad de la Naturaleza y el pensamiento diáfano de Gaudí, han intentado explicar su arquitectura utilizando la filosofía, la leyenda o simplemente el razonamiento científico, que puede ser muy riguroso, pero carente de lógica en muchos casos. Este tipo de interpretaciones las inició en 1982 el escritor Joan Llarch en su “Biografía mágica de Gaudi”, de la Editorial Plaza & Janés, S.L. Más adelante en 1997 y 1998, José Mª Carandell en sus libros sobre el Park Güell y la Sagrada Familia de Triangle Postals, amplió la interpretación de la obra de Gaudí a través de la supuesta relación con la masonería. Otra versión gratuita pero muy difundida era el imaginado consumo de alucinógenos por parte del arquitecto. Dado que la proliferación de libros sobre Gaudí aumentó con motivo del 150 aniversario de su nacimiento en 2002, se ha venido hasta hoy repitiendo las teorías de estos y otros autores, creando con ello un falso Gaudí, que se hace preciso desmontar. Joan Llarch escribió su libro en forma de novela, basándose en los textos de todos los biógrafos anteriores, a los que, por extrañas piruetas de razonamiento intelectual, atribuye una relación de Gaudí con los templarios, teoría fundada especialmente en unas incisiones existentes en la losa que cierra la tumba de Gaudí en la capilla del Carmen en la cripta de la Sagrada Familia. Allí aparecen unas cruces de Malta, el deltoide, el triángulo del talismán y el símbolo de cáncer, que el autor relaciona con Gaudí sin saber que esta losa fue realizada en 1939, en substitución de la original de 1926, destruida en 1937, en la figuraba únicamente la leyenda “Antoni Gaudí Cornet, al cel sia”. El dragón de la escalera del Park Güell, según Llarch es una salamandra, cuando realmente debe ser Pitón, el dragón maligno, muerto por Apolo y enterrado en el sótano del templo dórico de Delfos, como protector de las aguas subterráneas, que en este caso vienen recogidas en la cisterna debajo de la sala hipóstila, cuyo rebosadero es precisamente la boca del dragón, que no tiene por que ser en este caso, una salamandra pues el colorido de su piel también se halla, por ejemplo, en los camaleones de Madagascar. Prosigue el autor con una pretendida relación de Gaudí con el ocultismo y la cábala, basada en la forma geométrica de la planta de la Sagrada Familia y se enzarza en eruditos comentarios sobre el “Libro del esplendor” de Simeón bar Yochai (1280) y su influencia en T.P.A.B. von Hockenheim, Paracelso (1493-1541) y Giovanni Pico della Mirandola (1465-1494). Una demostración de conocimientos sobre la cábala y quienes la cultivaron, con remotas coincidencias con las intenciones en el proyecto de Gaudí, al que incluso relacionan con el templo de Salomón en Jerusalén. Llarch encuentra en las imágenes y formas decorativas de las fachadas de la Sagrada Familia equivalencias cabalísticas que, sin embargo no es necesario admitir, si pueden igualmente interpretarse en sentido cristiano. Un ejemplo, las dos columnas que flanquean la puerta de la Caridad en la fachada del Nacimiento, con la base en forma de tortuga, que según Llarch es el símbolo alquímico de la masa confusa, los fustes serían menhires, como ejes del mundo y los capiteles en forma de palmas, en número de tres y dos, cuya suma es cinco, número de Conocimiento. En realidad Gaudí quiso representar solamente el símbolo medieval de la Iglesia. La tortuga viene a ser la esfera del caos que, merced a sus cuatro patas correspondientes a los puntos cardinales, se convierte en la esfera inmóvil y ordenada del cosmos, encima de la cual se yergue la palmera, representación de la Iglesia, “justus ut palma florebit”, que es quien ordena el cosmos cristiano. Simbología antigua de origen chino o hindú cristianizado en la Edad Media, como tantos otros. Finalmente Llarch hace unas extensas consideraciones sobre la ingestión de drogas por parte de Gaudí, especialmente ciertos alucinógenos, lo que justificaría la rareza de sus formas arquitectónicas. Tal teoría la basó en los escritos de Robert Graves en “Los mitos griegos” y en “El hongo divino de la inmortalidad” de Gordon Wason, estudiosos ambos de la “Amonita muscaría”, seta alucinógena muy común en Cataluña. Con anterioridad los alquimistas como Giovanni della Porta (1538-1615), describieron las drogas como liberadoras de posibilidades latentes de la inteligencia. Considerar a Gaudí como drogadicto, afecto a la Amonita Muscaria, es una teoría que carece de fundamento, aunque Joan Llarch insinuó que el sombrerete cerámico de un tubo de ventilación de la portería del Park Güell tenía semejanza con una amonita muscaria y esto le bastó para creer a Gaudí adicto a los alucinógenos. Esta afirmación alcanzó gran éxito entre los enemigos de la creatividad de Gaudí, que pretenden atribuir a otras razones, por absurdas que parezcan, el origen de las formas gaudinianas. En una entrevista televisiva la locutora preguntó al autor de este texto si Gaudí tomaba LSD. La respuesta fue inmediata: Gaudí tomaba café con leche. Este es un hecho comprobado mientas que lo del LSD está prendido únicamente de un inconsistente alfiler. En cuanto a las opiniones de Eduardo Rojo Albarrán en sus libros sobre el Park Güell y la casa Milà, “L’Avenç. 1998”, hay que señalar que se trata solamente de deducciones sacadas de la observación de las obras del arquitecto, sin documentación alguna que las acredite.. Por ejemplo, mantiene que una tosca figura detrás de la escuela del Park Güell tocada con un gran sombrero de forma troncocónica en la cabeza y un brazo al que le faltaba la mano, debió ser en origen una divinidad minoica que en la mano debía llevar una victoria alada. Todo ello símbolo alejandrino que vinculaba a Gaudí con la cábala egipcia faraónica. Una foto antigua con la figura entera muestra que el sombrero es la cesta de la colada y en la mano mutilada llevaba una pala de golpear la ropa. La escultura alejandrina se convertía en una lavandera de principios del siglo XX. En otra ocasión interpretó la leyenda incisa en un fragmento cerámico de una salida de escalera en la azotea de la casa Milà: “1910.M. Rebled” como un mensaje subliminal de Gaudí escrito en latín de baja época, cuando en realidad se trata de la broma de un albañil que grabó el nombre de Miguel Rebled, administrador de don Pedro Milà, que vivía en la Pedrera. La cuestión es que este cúmulo de falsas interpretaciones de la obra de Gaudí se han ido repitiendo en las publicaciones y libros sobre el arquitecto, especialmente por quines han querido desprestigiarlo y alejarlo de su ortodoxia cristiana. Los autoproclamados progresistas, en su intento de menospreciar los principios consagrados por la tradición y defendidos por la moral católica, solo piensan en destruirlos, sin reemplazarlos por otros. Gaudí, figura universalmente reconocida, para que adquiera valor a ojos de estos progresistas, es necesario vincularla, a la masonería, el ocultismo y la drogadicción . Basten dos sencillos ejemplos: Cuando Enrique de Ossó le preguntó a Gaudí como sería el Colegio Teresiano una vez acabada la obra, el arquitecto respondió: “En esta casa se estará bien”. Soberbia y magistral lección de arquitectura, que choca con la complicada y banal retórica de los progresistas, cuando pretenden justificar ideas alejadas de lo real y concreto.
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