Antoni Gaudí escogió vivir pobremente y tuvo el gozo interior de morir en un hospital de pobres

Antoni Gaudi

 

Ramon Sugranyes i de Franch, recientemente fallecido a los noventa y nueve años, hijo de Domènec Sugranyes, ayudante y primer sucesor de Antoni Gaudí, atestiguaba que, para él, Antoni Gaudí tuvo todas las virtudes teologales. Era un hombre de práctica religiosa muy sentida, de misa cada día y de adoración al Santísimo todas las tardes en la iglesia de San Felipe Neri de Barcelona cuando finalizaba el trabajo. Fe y esperanzas, clarísimas. Y la caridad también: se desprendió de todo en favor de la obra de la Sagrada Família. Escogió vivir pobremente por vocación de pobre. En este sentido, se puede decir que tuvo el gozo interior de morir en un hospital público y de pobres, como un pobre. Esto debió satisfacerle mucho. Fue providencial que lo llevaran allí. Lo que más impresionaba a un niño como yo -proseguía Ramon Sugranyes, que de la mano de su padre conoció a Antoni Gaudí cuando tenía seis años y convivió con el gran arquitecto durante los últimos ocho años de su vida- era esta aureola de santidad. A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de conocer de cerca a muchos hombres realmente grandes: Antoni Gaudí fue el primero y conservo el recuerdo emocionado de los cabellos y la barba blanca, del aspecto humilde y de la profunda sabiduría que transpiraban sus palabras.

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