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El tornavoz de Gaudí, perfectamente prescindible |
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Antoni Gaudí dirigió la restauración de la catedral de Mallorca entre 1903 y 1914 a instancias del obispo Pere Joan Campins. El arquitecto catalán tuvo muchos aciertos, cometió algunos errores y nos legó trabajos que solo pueden entenderse si se sitúan en el contexto de los progresos de la época. La retirada del coro del centro de la catedral revalorizó el carácter gótico del templo, acercó a los fieles al culto y recuperó el inmenso espacio catedralicio. La retirada del retablo barroco resaltó el presbiterio y restableció la visión de la capilla de la Trinitat. Los vitrales que diseñó son, con diferencia, los mejores. El baldaquino solucionó el problema de la iluminación y centra la atención sobre el núcleo de la celebración religiosa. En su momento también actuó como proyector de la voz del celebrante gracias al tapiz de la parte superior. Hoy nadie aceptaría algunas de las decisiones de Gaudí referidas a la iluminación. Como ejemplo podemos citar las trobigueres, las lámparas de hierro forjado que abrazan las columnas de la nave central limitando su esbeltez. O las luces del presbiterio, que parecen más propias de una verbena que de la sobriedad catedralicia. Gaudí proyectó sendos tornavoces encima de cada uno de los púlpitos que formaban parte del antiguo coro y que fueron trasladados a ambos lados del presbiterio. La catedral, con el esfuerzo técnico del inteligente arquitecto Elies Torres, ha recuperado el que el arquitecto catalán colocó sobre el púlpito mayor, el del costado del Evangelio. Fue ejecutado con materiales efímeros –madera y tela– y retirado en 1972, cuando las técnicas de amplificación de sonido hicieron prescindible su función. Los mallorquines lo bautizaron con ironía como s´esclata-sang. Se trata de un experimento hecho con gaseosa. Es decir, si no funciona será retirado y trasladado a un museo como un elemento más de estudio para seguir la intervención gaudiniana. Si se me permite adelantar una opinión, se trata de un elemento perfectamente prescindible. El monumental púlpito octogonal del aragonés Juan de Salas –esculpido entre 1529 y 1531– reúne méritos más que suficientes sin el esclata-sang de Gaudí. | |
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