Un Capricho con aire japonés

El emblemático edificio vuelve a abrir sus puertas tras concluir el proyecto de remodelación del arquitecto Hiroya Tanaka, que recuperó el aspecto original de la obra de Gaudí


Por la izda., Ryuho Hamano (calígrafo), Hiroya Tanaka (arquitecto del proyecto de remodelación), Taketo Kurosawa (director del Capricho) y Jesús Pérez del Valle (gerente y jefe de cocina)

El Capricho de Gaudí vuelve a abrir sus puertas, tras haber permanecido cerrado unos meses. A lo largo de este tiempo se han realizado una serie de obras para intentar recuperar el aspecto original que tenía el edificio.
Al frente del proyecto de remodelación está Hiroya Tanaka, un arquitecto japonés experto en la obra de Gaudí que vive en Barcelona desde hace más de treinta años. Para llevarlo a cabo ha estado estudiando y buscando, desde hace un año, documentación y fotografías que le han ayudado a ver cómo era originalmente el edificio. Se han vuelto a pintar todas las salas de blanco, que era como estaban en un principio, y se han retirado los elementos decorativos que había en la canalización porque no eran los originales. Por otra parte, se quiere restaurar también el suelo primitivo, que estaba hecho de cerámica, pero debido al alto coste que supone se dejará para una segunda fase. El Capricho en sus orígenes contaba con un invernadero interior, integrado dentro de la casa, que reproducía un jardín tropical cubano, pero uno de sus inquilinos lo transformó en un cuarto para los niños. Según Hiroya, recuperar este invernadero es uno de sus grandes retos.

En esta nueva etapa del Capricho, su dueño, Taketo Kurosawa, quiere darle una dimensión distinta al edificio y, además de restaurante como se ha estado utilizado últimamente, también quiere convertirlo en un lugar para llevar a cabo actividades culturales, por eso se ha habilitado una parte del espacio que ocupaba la tienda para este fin.

Reinauguración

Para inaugurar esta etapa, a lo largo de esta semana y hasta el próximo cinco de abril se va a exhibir la obra de un conocido calígrafo nipón, llamado Ryuho Hamano, cuya obra ha sido expuesta en Nueva York, Barcelona, Milán y Salamanca, y que ha venido hasta Comillas para buscar inspiración en la obra del arquitecto catalán y decorar El Capricho por dentro durante estos días. Este miércoles, aquellos que cenaron en el restaurante tuvieron la oportunidad de ver al artista pintando una de sus obras en vivo y en directo. Además, el sábado 4 a las 12.30 horas, en los bajos del Ayuntamiento de Comillas el maestro Ryuno va a impartir un curso gratuito de 'Arte Sho', caligrafía japonesa, para todas aquellas personas que estén interesadas. También se dará un taller sobre té, una infusión que en Japón se utiliza en protocolos y en ceremonias como manera de purificación y que tiene un significado espiritual muy importante.

Comillas reúne numerosos motivos para justificar una visita y, sin duda, uno de los más poderosos es El Capricho de Gaudí.


El Capricho de Gaudí es una obra de juventud del arquitecto modernista catalán.

Erigido como residencia privada junto al Palacio de Sobrellano, abre sus puertas al público como restaurante de calidad. Permite ser contemplado por los visitantes tanto desde fuera como por dentro. Un lujo, desde luego.
Cronológicamente, El Capricho fue uno de los primeros proyectos del arquitecto catalán Anton Gaudí. Lo diseñó con apenas 31 años, por encargo del Marqués de Comillas. Sin embargo, muchos de los ingredientes de la trayectoria artística de Gaudí, como los azulejos vidriados con motivos vegetales o la utilización de las forjas, aparecen recogidos ya en esta obra.

Es curioso: Gaudí nunca visitó Comillas, ni conocía el terreno sobre el que habría de edificarse este edificio, pero El Capricho llegó a ser una de sus piezas más representativas. Como en todo lo demás, el trazo genial del arquitecto catalán se percibe también en esta muestra arquitectónica, para fortuna del patrimonio artístico de Cantabria.

Visitas reales. El Capricho se construyó entre los años 1883 y 1885. Por entonces, la pujante burguesía catalana había elegido la villa de Comillas como uno de sus destinos de veraneo favoritos. Algo debieron influir, en ese hecho, las visitas reales de los años 1881 y 1882. Invitado por el Marqués de Comillas, Alfonso XII había protagonizado sendas estancias en este hermosísimo rincón de Cantabria. Luego, su hijo y heredero, Alfonso XIII, elegiría la región como lugar de veraneo preferente.

El Capricho es uno de los edificios más emblemáticos de Comillas y, al mismo tiempo, una de las principales tarjetas de identidad que esta región puede exhibir por el mundo. En países como Japón, por ejemplo, donde es relativamente conocida, Cantabria se identifica con Altamira, Santillana del Mar -visitada en su viaje de novios por los anteriores emperadores de Japón y por los actuales- y, por supuesto, El Capricho.

Arquitectura. El Capricho no es especialmente grande: no es un gran palacio. Al revés, la edificación fue concebida como una pequeña residencia, en la que, eso sí, se desborda el encanto. En ella vivió Máximo Díaz de Quijano, por mediación del Marqués de Comillas, que era su concuñado. Después, sus herederos terminaron por vender el edificio.

La planta baja de El Capricho dispone apenas de media docena de habitaciones: entrada, sala de lectura, comedor principal, dormitorio... Sorprende la transformación operada en el antiguo jardín cubierto, hoy utilizado como comedor. La sala de baño, orientada al norte, es acaso la que contiene un mayor encanto. Quizá sea la que mejor se ha conservado.

Sí la utilizaron sus inquilinos originales: para contemplar desde ella el Cantábrico, las casa de Comillas, la vida de sus habitantes... La pieza más original del edificio es precisamente esta estrecha torre. Ella es la guinda modernista sobre el ladrillo, el azulejo y la forja modernista. Es la seña de identidad de El Capricho. Y de Comillas, por supuesto.

Fuente: El Diario Montañés

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