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Artículo de opinión

Tres millones de ingenuos

Ocurre una cosa extraña en el parque Güell, comenta Carlos, uno de los asiduos del oasis de Gaudí. Puede opinar, dice, porque desde hace años viene aquí cada día, sobre todo por las mañanas, y hasta las tres, más o menos, porque luego los turistas van desapareciendo. Mejor no desvelar el porqué de su afán de pasar horas entre el mosaico, con tanto sol que cae a plomo sobre la plaza central, allá donde no hay árboles. Ni tampoco hacerle una foto, para que conserve su anonimato, su secreto y su negocio.

Él no cree en complots ni conspiraciones, pero sabe mucho de los entresijos del parque, adonde se acercaron el año pasado, en el Any Gaudí, unos tres millones de visitantes. Hay días que vienen más japoneses, otros con más europeos, y hay unos pocos días que, de repente, se produce una invasión norteamericana. No se sabe si es porque acaba de atracar en el puerto un crucero, o si hay algún congreso que atrae muchos yanquis.

Y entonces, ese día cuando los estadounidenses merodean en mayoría entre la magia gaudiniana, cambia el atuendo de los agentes en el parque. Desaparecen prácticamente los de la Guardia Urbana y en su lugar se multiplican los de la Policía Nacional.

O sea, dice Carlos, debe de haber por ahí algún Gran Hermano que vigila, pese a que en el parque Güell apenas hay cámaras. Le da rabia, eso sí, que aparentemente los ciudadanos de George Bush merezcan más protección que los demás. Aunque, ¿protección ante qué?

A los carteristas y otros chorizos sin escrúpulos los uniformes no les asustan, sean de policía nacional, sean de guardia urbano. Para ellos, esos tres millones de visitantes son un mercado apetecible, porque son un millón de bolsos y mochilas, dos millones de cámaras, casi tres millones de carteras y un montón de millones de kilos de ingenuidad y despiste.

Sus lugares de actuación favoritos son las aglomeraciones en el interminable banco de mosaico y en las pocas terrazas de refrescos y comida que alberga el parque. Pero el peor sitio, para los turistas, es en la parte de atrás, donde llegan los que han optado por el metro. (Los que vienen en el Bus Turístic entran por la puerta principal y los autocares aparcan en una entrada lateral, en la carretera del Carmel.) Los del metro bajan en Lesseps o Vallcarca y tras subir la Baixada de la Glòria, lo que encuentran es la miseria de un cuchillo amenazador.

EDWIN WINKELS

El Periódico de Catalunya
Miércoles, 6 Agosto 2003



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