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GAUDÍ, HOY

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Artículo de opinión

J. M. Carandell

EMPRENDIÓ una cruzada contra la imagen beatífica de un Gaudí puesto ya en los altares

Murió “dulcemente”, durmiendo. ¿No es éste el sueño de traspaso que anhelamos todos? Josep Maria Carandell tenía una leucemia diagnosticada desde 1992. Es una enfermedad que los médicos consideran que tiene una supervivencia máxima de seis años. Pero él sobrevivió contra pronóstico, y con buen ánimo, como para terminar su esperada biografía heterodoxa de Gaudí. Si alguien testificara que durante este tiempo había estado encomendado al beato Antoni Gaudí, tal vez podría darse ya por hecho un milagro...

Le visité en su piso de la plaza Letamendi en la primavera del año Gaudí. Estaba ya muy demacrado, pero con el buen humor y la ironía de siempre. “Gaudí respira el espíritu masónico de la época –decía–. Creó, con Eusebi Güell y otros, la llamada Logia Labor, en la que se mezclaban aspectos católicos y masónicos, como se puede constatar en el Park Güell.”

Puesto en esta tesitura, escribió diversos artículos de escándalo, como uno titulado “Gaudí, heretge”, en el que sostenía el dualismo maniqueo del gran arquitecto. O bien otro en que cuestionaba que Gaudí mostrara el mínimo amor al prójimo, que tenía muy mal carácter y que, según el testimonio del padre Francesc Baldelló, maestro de capilla de la iglesia de Sant Just i Pastor, “con él no era posible el diálogo y, si alguien le contradecía, lo envestía desconsideradamente con violencia, ridiculizándolo delante de otros presentes...”.

Josep Maria Carandell emprendió su propia cruzada contra la imagen beatífica de un Gaudí puesto ya en los altares por sus muchos devotos, pero que él consideraba que no tenía nada de santo porque era orgulloso, intransigente y colérico. Hasta el punto que solicitó oficialmente que le dejaran ser el abogado del diablo en su actual proceso de beatificación... “Y si no puede ser, por lo menos que me hagan a mí una excomunión solemne...”

Pero Josep Maria Carandell fue mucho más que la mosca cojonera de la canonización de Gaudí. Introductor de Mishima, vivió un tiempo en Japón. Y también en Alemania, en una comuna. Escribió sobre el tema un libro que causó cierta sensación en unos tiempos (los del gran contraste entre el franquismo sociológico y la revolución en las conciencias juveniles) en los que la llamada contracultura parecía entrañar también la posibilidad de renovar los ideales del socialismo utópico.

Josep M. Carandell fue el prototipo del intelectual progre de los sesenta. Cuando la politiquería no había invadido todavía todos los espacios de la cultura (este sí fue un maniqueísmo que empozoñó la vida pública catalana a partir de los ochenta), Carandell repartió mucho juego intelectual desde las páginas del suplemento literario de “Tele/eXprés” durante la agonía del franquismo. Era un hombre culto y sensible, heredero directo del espíritu de la Ilustración y de una modernidad que todavía podía creer que por la educación y la cultura iría mejorando la especie.

Hombre de letras de amplio compás, con Josep Maria Carandell se marcha uno de estos esforzados de la pluma que provienen directamente de la literatura por entregas del siglo XIX. Viajero impenitente, lector apasionado, generalista sin remedio por intelectualmente curioso de todo, colaborador externo de la prensa y traductor de a tanto la página, “lletraferit” siempre, se dispersó seducido por las más variadas formas de la literatura y la paraliteratura. Y de la vida.

ORIOL PI DE CABANYES

La Vanguardia Digital
Lunes, 18 Agosto 2003



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