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El Gaudí de OrienteSoto explica su visión del templo ante una maqueta realizada por un jubilado con cartones de leche En sus excursiones por el monte, Gaudí probó la 'amanita muscaria', una seta que altera la conciencia y la percepción de la realidad; al menos eso cuenta una biografía del genio catalán escrita por el anarquista Joan March. Con este hongo como elemento escultórico adornó la entrada del parque Güell y hay quien dice que su ingesta le sirvió de inspiración para crear esos rincones maravillosos que atraen a millones de visitantes de todo el planeta. En 1978, un joven japonés budista licenciado en Bellas Artes llamado Etsuro Sotoo paseaba por la Ciudad Condal cuando se topó con la Sagrada Familia -monumento que cada año disputa con la Alhambra el título de 'más visitado de España', rondando ambos los tres millones de turistas-. Mientras muchos miraban boquiabiertos hacia arriba, él quedó fascinado, hechizado por aquel montón de piedra que prometía placeres intensos para un escultor en ciernes. Tres décadas después, el templo corona sus pináculos con los frutos de Sotoo, bien distintos a aquel hongo: el trigo y las uvas símbolos de la eucaristía católica, fe a la que se convirtió en 1991 por obra y gracia de Gaudí. Enseña la foto de su boda con su esposa pianista por el rito tradicional budista en un templo zen, «pero conocer la Sagrada Familia -confiesa en referencia a su conversión- me llevó a Gaudí, y Gaudí me llevó más allá». Quizá le alumbraron las noches en las que se tumbaba «a solas en el centro del templo sobre unos bloques de piedra, mirando al cielo como si estuviera en la cubierta de un enorme navío». «Creo en Gaudí», asevera. Ha logrado atraer para la causa a muchos compatriotas suyos gracias a ¡un anuncio de Nescafé! «Firmé un contrato de un año. Un año en el que no pude ir a mi país porque me veía por todas partes tomando café, en vallas, en la televisión... Pero gracias a eso conocieron mi trabajo aquí y también la Sagrada Familia». De hecho, el Ministerio de Asuntos Exteriores del Gobierno japonés acaba de otorgarle un premio por contribuir al fomento de la amistad entre ambos países. Y pese a que los japoneses que patean los alrededores de esta catedral de Europa, como la considera Sotoo, representan sólo el 1% de los visitantes, su presencia resulta bastante visible. Estamos en el patio interior del claustro, donde el artista asiático tiene su despacho. Ante él, una maqueta de la Sagrada Familia que un jubilado realizó en pocas horas con cartones de leche. Al lado, trabajan sus ayudantes; currantes como Fernando Franco, que lleva 45 años levantando este templo expiatorio -sufragado con las donaciones de los fieles-. El veterano obrero recuerda tiempos más tranquilos, «cuando las cosas estaban mucho más paradas; el año en que me fui a la mili por aquí arriba sólo estábamos mi padre y yo colocando piedra». Tampoco olvida la primera vez que vieron a Sotoo: «Nos quedamos maravillados con las cosas que el tío sabía hacer con sus manos y el barro». Sobre las indicaciones del escultor nipón, Franco fabrica con molde las enormes bolas de cemento decoradas con mosaico veneciano. «Lo eligió Gaudí; es carísimo, pero estoy de acuerdo en que es el mejor material», reconoce Sotoo. Esas bolas se convertirán en los granos de uva que uno descubre en las alturas, llenas de andamios. Nada más llegar, en 1978, y chapurreando cuatro cosillas de español, pidió a los responsables de la construcción del templo que le dejaran «picar piedra». «No querían, porque aquí los escultores no se encargan de eso, pero en Japón sí, en Japón hacemos de todo. Finalmente, vieron mis diseños, les gustaron y aceptaron mis pretensiones». Así comenzaron tres décadas que cambiaron por completo la vida de este hombre y también la mayor obra de Gaudí, una de las más polémicas, por dentro y por fuera. Cosas de la providenciaEl japonés intenta respetar en la medida de lo posible el alma que Gaudí imprimió a su obra, algo difícil, ya que muchas de las maquetas originales de yeso y la mayoría de sus indicaciones se perdieron durante un incendio ocurrido en la cripta en julio de 1936, a raíz del levantamiento militar que provocó la Guerra Civil. Eso llevó a paralizarlo todo durante dos décadas. Y convierte el deseo de respetar la voluntad de Gaudí en un intenso ejercicio de voluntad propia, en este caso la de Sotoo. Pero adivinar lo que Gaudí estaría haciendo hoy a veces tiene más que ver con la intuición o «la providencia». Sotoo muestra un trozo de yeso con marcas: «Estábamos picando piedra para hacer una de las gárgolas cuando lo descubrí. Yo andaba diseñando un pináculo dedicado al pan de la eucaristía, así que al reconocer en ese pedazo lo que parecía ser trigo pensé que aquello era cosa de la providencia». Así, esas espigas de piedra coronadas por una hostia relucen en lo alto. «Si me encuentro un trozo de algo que hizo Gaudí, creo a partir de él. Para mí es sagrado». Infierno y reencarnaciónEn su mente está la aún en pañales fachada de la Gloria, donde deberá reproducirse el infierno. «Es pronto aún para hablar de eso, pero en mi infierno no habrá demonio, se ha convertido en un personaje de videojuego. Yo lo representaría con una mujer mayor sufriendo la soledad, un niño hambriento, un inválido...». También sueña con convertir una de las fachadas en un inmenso piano y la contraria en un órgano: ambos deberían poder oírse por toda la ciudad. El amor por la Naturaleza del budismo tenía que traducirse en una mayor facilidad para entender los preceptos naturalistas que movían a Gaudí, en el que a su vez se descubren influencias orientales. Sotoo está encargado de hacer la puerta para la fachada del Nacimiento: en la maqueta se ve un curioso conglomerado de plantas e insectos que ha ideado para ella. Pero todavía no ha sido llevada a la práctica: «Tengo el contrato, tengo la maqueta, pero no me dejan hacerla. ¿Por qué? Cosas de política».
Fuente: El correo digital
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